ALLEN GINSBERG: EL ECO DEL AULLIDO
CULTURA

ALLEN GINSBERG: EL ECO DEL AULLIDO

Existió alguna vez un lobo vestido y con lentes; con suficiente barba para sostener y esconder los ideales que después se mostraron como insectos anidados que ya no soportaron permanecer escondidos; vestido con saco, camisas a cuadros o mantas hippies. No, no se trata de cualquier hipster, era Allen Ginsberg aullando desde San Francisco en 1955.

Aullido: voz quejosa y prolongada del lobo. Se trata de una forma de comunicarse y expresarse para tal mamífero, que detona misterio y encanto estremecedor.  En manada ningún lobo se resiste a unirse al coro de su clan. El jefe suele reunir a toda la familia con el llamado. Los lobos fueron en un tiempo abundantes y se distribuían por Norteamérica, hoy se pueden encontrar subespecies en otras partes.

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Allen Ginsberg

Pero no todo es aullar. Los lobos también se comunican a través de ladridos o del olfato. Con este último obtienen información. Las posturas y el lenguaje corporal también son importantes… tal como lo hacían los aedos, aquellos cantores épicos de la antigua Grecia, que extendían cada verso hasta la punta de los dedos. Estos canes utilizan la cola para transmitir fuerza, sumisión, agresión y miedo.

Se entienden a través de los gestos, con solo mirarse. Henos aquí: retomando el eco de Ginsberg después de tantas lunas, desnudándolo pese al tiempo; esa resonancia que hoy se escucha entre montañas, aunque en realidad levantemos la mirada y sólo veamos calacas, edificios y cloacas tapadas que nos ahogan hasta la esperanza. 

El CLAN AÚLLA PARA LOCALIZARSE EN LA LEJANÍA

¿Qué hace…? O mejor dicho: ¿Qué hizo a un beat? Para Allen Ginsberg esta formulación no existía. Se trataba solo de una tropa de tipos buscando ser publicados. Y vaya que lo lograron: Jack Kerouac, William Burroughs, Lawrence Ferlinghetti, Gregory Corso, Carl Solomon, el propio Ginsberg e incluso un tal Neal Cassady.

Pese a ser catalogados como una generación, los nombres de estos personajes inmersos en la literatura son relativamente pocos, lo que hace aún más formidable su mérito.

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Allen Ginsberg en 1947

Pero, ¿qué es lo que les hacía pertenecer a tan afamado círculo?, ¿la época?: Burroughs era más de una década mayor que Ginsberg, quien era apenas un adolescente cuando se encontraron; ¿la rebelión ideológica?: Kerouac fue un maestro para ello, aunque en temas morales, familiares y religiosos no era tan temerario como en la carretera, a diferencia de la musa de Allen: Neal Cassady; ¿se debe quizá a que se convirtieron en las voces y profetas de la entonces revolucionaria “era hippie”?: Ginsberg fue el único que se inmiscuyó en las marchas, en el amor por el prójimo y esas cosas… dicho momento fue importante para el clímax de su persona, de lo que hoy conocemos del escritor, el aedo, el orador y el tierno poeta beat.

Al igual que sus colegas, Ginsberg contrarrestó la definición de élite literaria, así como el papel del artista y el poeta en el mundo.

UN LOBO CON MIEDOS

Allen Ginsberg nació en la década de los veinte. De padre judío (poeta y profesor de secundaria) y de una madre (Naomi) irreprimible que trágicamente cayó en la locura a temprana edad adulta, según cuenta el biógrafo Michael Schumacher.

Desde la infancia del ya nacido poeta, la mamá frecuentaba los hospitales psiquiátricos; fue en uno de esos lugares, el Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York, donde le practicaron una lobotomía sin que su temeroso hijo estuviera de acuerdo.

Allí mismo Allen conoció a Carl Solomon, a quién años después dedico su «Aullido». Durante los ocho meses que estuvo su madre en el hospital, Allen escribió varios poemas, entre ellos «Epigrama en una pintura», «Esto es acerca de la muerte», «Himno», «Metafísica», «Paterson y «Sunset».

«Kaddish» fue la pieza en la que Ginsberg logró plasmar esa etapa desgarradora que sufrió su madre, quien pasó la mayor parte de su vida en un estado de tormento mental. En este poema se encontraba Allen “soñando con volver a través de la vida, su tiempo y el mío.

El comienzo del miedo para mí es pensar: Qué pensaría mi padre de algo que yo escribo”. Ginsberg también solía expectorar sus patrones de angustia y gritar que nadie lo quería, mientras Burroughs lo sentaba en un diván para psicoanalizarlo, tal como escribe el escritor y ensayista Jorge García-Robles.

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Ginsberg  y Jack Kerouac

Ginsberg conoció al apuesto Neal Cassady en Nueva York, se enamoró de él y lo padeció… Neal lo humilla sexualmente y hace “cosas” que lo ponen… celoso. Ginsberg no lo soporta y desaparece… así era él. García-Robles también proyecta la parte angustiante de Allen al citar las cartas que Burroughs le enviaba y en las cuales lo regaña por “querer ‘superar’ su homosexualidad, por establecer una falsa dicotomía entre vida normal y vida visionaria”.

William insta al temeroso Allen a ser fiel consigo mismo; lo critica por seguir reactivamente la opinión de los demás y jala las orejas a “quien lleno de miedos no osa aceptarse a sí mismo”.

ENSEÑANDO LOS COLMILLOS

Los cazadores de la sociedad conservadora estadunidense de mitad del siglo XX llevaron a juicio la publicación más volcánica de Allen Ginsberg, Aullido y otros poemas, con el objetivo de, por lo menos, encerrar tras las rejas a su editor, Lawrence Ferlinghetti.

Sus páginas eran un campo minado sobre el que tambaleaba la moral de los conservadores, enojados por no entender las imágenes surrealistas que reflejaban la situación real de sus jóvenes, mujeres y niños; de su escenario político, de la guerra, del amor y las drogas… por más que se esforzaran, simplemente no podían entender. El aullido del lobo, junto con la nieve, hiela los corazones de cuantos lo escuchan. El aullido de Ginsberg viola la hipocresía.

Aullido y otros poemas se había publicado cuatro meses después de la muerte de la madre de Allen, el 1 de noviembre de 1956, en la editorial City Lights Books. El título fue propuesta de Kerouac, y fue el número 4 de la serie Pocket Poeta. Su tirada inicial fue de mil ejemplares. El 3 de octubre de 1957 fue considerado “no obsceno” por el juez Clayton Horn. El juicio fue muy publicitado y dio de qué hablar, pues la obra había sido tachada de obscena por la sociedad (al menos) de San Francisco. 

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«He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz». «Aullido».

«Aullido» es importante porque Ginsberg incluye en él a toda la manada. Era tan diferente y a la vez tan parecido al resto de sus colegas. Reconocido y famoso por sus creaciones literarias, vivía modestamente, compraba su ropa en tiendas de segunda mano y donaba gran parte de sus ingresos a la Comisión de la Poesía, una organización sin fines de lucro que él organizó para ayudar a los escritores.

Ginsberg no solo se ocupó incansablemente de promover su propio trabajo, sino también el de sus amigos, y a diferencia de Burroughs o Kerouac, no murió como un beat star.

Ya como todo un líder los miedos parecían haberse transformado en la energía de mil aullidos que sonaban entre las calles de todo un país. Ginsberg conoció diferentes partes del mundo, que se sumaban a su universalidad. Se convirtió en un budista que en algún momento amó lo mexicano, bailó en África y caminó por asfaltos europeos. Fue un poeta de su tiempo y a la vez profeta del resto. Luchó contra sí mismo.

“Sus poemas aparecen regularmente en las antologías de todo el mundo y sus fotografías son constantemente recicladas en libros y revistas”. Incluso en algunas universidades ofrecen cursos de Ginsberg y la ‘Beat Generation’.” Michael Schumacher.

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INMORTALIDAD 

Viajero del mundo, buscador espiritual, defensor de los derechos humanos y civiles, fotógrafo y compositor, tábano político, profesor y cofundador de una escuela poética, seguidor de Walt Whitman, Ginsberg desafió la sistematización. En el clímax de su fama fue un símbolo de su América, aquella que atravesaba los hilarantes y febriles sesenta y de la que abrazó su papel como portavoz. Junto a otros poetas, leyó poemas en las protestas contra la Guerra de Vietnam y el reclutamiento de jóvenes soldados.

Con los años, y usando las herramientas que su creciente fama le otorgaba, se relacionó con músicos como Philip Glass, Bob Dylan, los GUB, Phil Ochs, The Clash y Patti Smith, y logró compartir escenario con todos ellos. Ginsberg también llegó a grabar un puñado de álbumes, entre los que se encuentran dos grabaciones independientes conocidas como Primeros Blues.

Poco antes de morir grabó Balada de los esqueletos con una alineación de músicos muy variada. Allen había clamado su poesía junto a los Grateful Dead y Jefferson Airplane en el Human Be-In, que tuvo lugar en 1967 en el Golden Gate Park de San Francisco.

En 1974 recibió el National Book Award, que además de dinero le otorgó una escultura de cristal (la cual le llevó a imaginar escenas un poco raras); y en 1986 se hizo acreedor de la Corono de Oro, que tradicionalmente se entrega a poetas de renombre mundial por sus logros en en ese campo.

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Jack le propuso el título de «Aullido»; Cassady rompió su corazón; Burroughs intentó enseñarle un poco de egoísmo benéfico y la muerte… Quizá las similitudes van más allá. Seguramente la Generación Beat no sería lo mismo si alguno de estos nombres faltara.

¿Por qué eran tan diferentes? Precisamente porque en eso radicaba su esencia: ser uno mismo y dejarse llevar por su propio vuelo y arder en su propio fuego. Se revolvían en su propio mundo; compartían no el vuelo ni el fuego, sino la propiedad y el hecho de que cada uno poseía lo propio.

En los años sesenta Ginsberg se comió a una sociedad llena de ovejas blancas y lo vuelve a hacer cada vez que se le lee: el mundo entero parece seguir siendo el cerco para un rebaño. La muerte llegó a Ginsberg en Nueva York en 1997 por el cáncer de hígado. Tenía 71 años y había publicado 30 trabajos literarios (participó además en 17 proyectos musicales). Con su muerte la especie quedó en grave peligro de extinción.

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Mercedes Matz

Colaboradora y escritora. Ecléctica y fanática del blues, la astronomía y Takeshi Kitano. [email protected]