Es el penúltimo round de freestyle y los faros de la Alameda Central ya están encendidos. Warrior, el host, invita a los espectadores a levantar la mano y sacar los flashes. Entonces alguien suelta el beat desde una pequeña bocina negra llena de stickers. En los segundos previos a las palabras, Maquiavélico y Fat Tony (More), los finalistas, evitan verse a la cara.
Hasta que abre el duelo More, coinciden las miradas:
“La mano arriba que te pone la soga / yo soy el mejor, el mejor aquí y ahora / yo soy Apolo Creed y tu Rocky Balboa / al final nadie supo quién ganó en la última ronda”.
“Al final nadie supo quién ganó en la última ronda / entonces pasa página y deja de verte llo-rar / no lo sé, tu eres una perdedora / le echas limón a la herida y canta la Arrolladora”, responde Maquiavélico de inmediato.
La batalla es en formato 4×4. Alrededor de los combatientes hay casi dos veintenas de espectadores. Algunos curiosos pasan, miran un poco y siguen su marcha. Es domingo en la ciudad, pero el freestyle no tiene jornada de descanso.
“No es cierto, mi-ra al cabrón / que le dicen Jehová, que le dicen Dios / ¿qué ha aprendido de nosotros? / Él creo un humano, nosotros nos hicimos monstruos”, tira More mientras el sudor resbala por su frente.
Maquiavélico no se toma un respiro y agita los brazos para responder:
“No, no es cierto, ese güey sí nos creó / ¿pero ya viste lo que está pasando el día de hoy? / Violan mujeres, matan niños, hay mucha corrupción / creo que nos creó a todos y después se arrepintió”.
En intervención, el público aplaude y vitorea las frases ingeniosas. Cada espectador tiene un favorito aunque todos son amigos; la mayoría de los rostros que se congregan desde hace más de 5 horas en este quiosco del parque más reconocido del Centro Histórico, son habituales, camaradas, tipos que han coincidido en combates bajo otros faros.

Mi lucha es por mi nombre
Minutos antes de las 4 de la tarde se cerró el registro para el concurso: 141 gladiadores llegaron al quiosco de la Alameda que saluda de frente al Museo Franz Mayer.
Todos pagaron $60 para tener la oportunidad de llevarse $1,500 y otro trofeo más importante: el reconocimiento.
Porque cada uno de estos jóvenes – que calzan Nike, chamarra Adidas, playera de San Jony Beltrán y conocen mejor la historia de Biggie que la de sus padres – se autoimpuso un sobrenombre con el afán de algún día verlo anunciado en esas marquesinas que ya han tenido a Skone, Aczino, Wos, Kaiser y Chuty.
Sueñan con ese punchline que hará que los jueces inclinen los veredictos a su favor. Sueñan con que eso que para la madre o el padre o la pareja no-es-una-profesión-búscate-algo-de-provecho, se convierta en sinónimo de sustento.
Debido a la abrumadora convocatoria, Russian League, la incipiente liga de batallas freestyle que gestiona el torneo de este día, decidió dividir a los participantes en dos grupos para el primer filtro: los cyphers.
Los gladiadores pasan de diez en diez a mostrar su talento durante tres rondas. El pelo, la playera, la voz, el color de piel, la actitud, los lentes y la novia del otro, son criticables; todo lo que traiga el contrincante se usa en su contra para lograr llegar a los octavos de final.
De 141 solo pasaran 16, por lo que habrá mucha derrota; el precio de la gloria.

Si pierdes, regresas
Julio Cesar (JC) pasó su cypher pero no ganó el torneo. Ni siquiera llegó a las fases finales. Pero a pesar del fallo no favorable, el veinteañero continuará batallando porque “nadie empezó de arriba”.
Sabe que en el camino para alcanzar a Dominic, a Rapder yal “puto Dios” Aczino, sus referentes nacionales, no siempre habrá victorias.
“Yo antes era de los que perdía y no me presentaba en 4 meses porque me sentía una basura, pero vas evolucionando y hay que seguirle dando; si pierdes, regresas”.
El también estudiante de Ingeniería en Comunicación en el Instituto Politécnico Nacional conoció el freestyle a los 15 años y tuvo su primera batalla a los 17 en “este tipo de eventos que no son tan grandes pero tampoco tan pequeños”.
JC dice que los combates de free tienen gran impacto en los jóvenes mexicanos porque muchos exponentes locales están conquistando podios internacionales, además de que en este tipo de reuniones hay valores importantes:
“La unión, el respeto, todo ese tipo de rollos. Si te das cuenta, están cotorreando todos; cuando pasa al cypher un nuevo y se traba, le aplauden para que siga jalando, que se siga curtiendo. Yo siento que eso, la unión, hizo que esto despuntara bien cañón”.
Otro aspecto que destaca el novel rapero es que una batalla exige cultivarse:
“Hay un montón de formas de aprender. El andar leyendo te da un vocabulario superior a los demás. A otros les gusta ver películas”.
- ¿Y qué andas leyendo ahorita?
- Actualmente, nada.
Porque JC dice que, más que libros, lo suyo es cazar palabras novedosas en artículos o resúmenes para posteriormente buscarlas en el diccionario. Así se prepara. Todo con el afán de algún día no muy lejano “poder vivir de esto”.

Las palabras como armas
Cuando la manecilla pequeña del reloj roza el número 5, los organizadores del encuentro anuncian la ronda de octavos de final: Artezano contra CJ, Fat Tony (More) contra Neo, Miclo contra Turbo, Amatista contra Ele Eme, Golden Boy contra Olivero, Maquiavélico contra Seler, Iceberg contra Kenobi y Wizard contra Sakadeur.
Tras conocer los veredictos, de los casi 300 jóvenes que había en la plaza – entre competidores, familiares y acompañantes – solo se quedan poco más de cincuenta.
A pesar de tantos derrotados y desertores, el ambiente no decae, sino todo lo contrario: los que siguen en pos del dinero y el renombre, se estudian mutuamente, tratan de recordar lo que saben del otro y buscan en el aspecto ajeno algo capaz de herir. Preparan las palabras que hoy son armas.
Los octavos suceden rápido: rounds 4×4 libres donde cada participante hace uso de su agilidad verbal y mental para neutralizar al oponente. Al final, los “favoritos”, esos rostros que son frecuentes en otras ligas como Venom, Vallhalla, Shaolin y Supremacía, son los que avanzan: Artezano, Fat Tony, Miclo, Amatista, Golden Boy, Maquiavélico, Kenobi y Wizard.
Para los cuartos de final cada competidor representa a un personaje: Sonic contra Mario, López Obrador contra Peña Nieto, Guillermo del Toro contra Tarantino y Fortnite contra Minecraft. Una dinámica que favorece la imaginación, pero sobre todo a que nadie prepare previamente sus barras pensando que está en Línea Dieciséis (una liga de batallas escritas).
Miclo, Artezano, Fat Tony y Maquiavélico resultan los 4 mejores de la jornada. Las semifinales que los enfrentan se dividen en dos rounds: el primero establece una improvisación haciendo uso de 3 palabras previamente seleccionadas y para el segundo tienen 2 minutos libres en formato 4×4.
Después de tantas barras, desatinos y, a consideración del público, ningún tongo, los dos que demostraron más espontaneidad y flow son los únicos en el coliseo: Maquiavélico – que toda la jornada se hizo escuchar con un “¡Eso Mamona!” para apoyar a sus amigos – y Fat Tony (More) – que mantuvo un perfil discreto bajo unas gruesas gafas.

Tres brazos deciden
“Métele, métele que está mierda nada más a mí no me basta / este ritmo va a meter la costilla y la costilla me la pasta / ahora me vuelvo el príncipe / soy El Principito porque la hoja la vuelvo el índice / es un ocho, yo lo sé, ya te lo indiqué / pues perdóname, mejor ven, ahora híncate / esta mierda, si lo ves, te lo dice bien / mortandad en México, el Death Note te da el índice”, es el primer dardo de Maquiavélico para el round final, que se instauró bajo la temática de libros en un formato 8×8.
More escucha atento los primeros golpes de su oponente y luego arremete:
“Pero no sabe nada de demonios / ahora quiere hablar de libros con el licenciado Antonio / mejor que se vaya porque está lleno de odio / una noche en Tlatelolco es puro testimonio / de que gano, de que soy el rap insano, el mejor en habla hispano, como lo hago de marrano / hermano en esta pista deben entender mi freestyle, tener otro punto de vista / es el re-nacimiento / mi partido es capitalista”.
Tras más referencias literarias – a Sartre, Kafka y el Pequeño Cerdo Capitalista -, la batalla termina y todo queda en las manos de Dustin, Trece y Surco, los jueces.
Warrior empieza la una cuenta regresiva para conocer al ganador: “5, 4, 3, 2…”.
Dos de los tres jueces extienden su mano hacía Maquiavélico, que esboza una gran sonrisa y abraza al derrotado.
Al final, todos los que resistieron hasta este momento en que el alumbrado de la Alameda ya está haciendo su trabajo, ganaron algo: una foto con el campeón del día, un consejo de Miclo o Artezano, una invitación a la siguiente batalla, una referencia que van a estudiar en casa o el gusto de presenciar a algún próximo gallo nacional de la Red Bull Internacional.

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Yair Hernández
Hago muchas cosas y gano poco varo.