Discos como La Flor de Maíz (EMI Capitol, 1973), Los Nenes con los Nenes (Ariola, 1978), Disco Che (Ariola, 1979), De Quén Chon (Ariola, 1983), Quén Pompó (Ariola, 1985), Chido, Chido (WEA, 1987) y Chi Cómo Ño (EMI Capitol, 1989) son los que dejó aquella crisis de Santa Bárbara, Azcapotzalco, mejor conocida como ‘Chico Che’, alias Francisco José Hernández Mandujano, que más que crisis, era una auténtica expansión musical, fusionando el rock and roll con la cumbia tropical tabasqueña, una mezcolanza que rompió con todos los esbozos armónicos de finales de los años 70 —y de los actuales—, con líricas que invitaban a la revuelta, a la crítica, y a la revolución social, pero así, meneando los pies, sin la solemnidad acartonada y fastidiada del trovador o la canción de protesta. ¡Qué barbaridad!
Se dice comúnmente que un mito es una construcción idealizada, a partir de un hecho real, que se ha construido en una sociedad, y como escribió Fernando Vallejo, la humanidad necesita para vivir, mitos y mentiras, porque si uno ve la verdad se pega un tiro, por eso se inventó un mito, y ese mito vestía overoles como los que usaban los obreros para trabajar, además de unos gruesos lentes de pasta, todo acompañado de una personalidad única, irresistible y de doble sentido.
Un mito tabasqueño del que se dijo, había formado en el 59 un feroz bandón de rock llamado The Ventures, con bandita y camaradas del gabacho, asimismo que en el 66 formó Los Temerarios de Tabasco, que le entraban duro al rock and roll a lo Locos del Ritmo y a la balada instrumental, pero no fue hasta que Francisco (Chico) José (Che) vio un potencial en la música tropical que formó un grupo alquimista que incorporaba al trópico con la música sureña de los Estados Unidos, en Los 7 Modernistas, y como expresó Zygmunt Bauman, la cultura de la modernidad líquida ya no tenía un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir, así que con esta propuesta de restauración, Chico Che se aventó a monstruosas giras por todo el Golfo de México, amenizando pachangas en residencias y hoteles de gran turismo.
No fue hasta 1969 que se originó el epítome de la leyenda popular, ‘La Crisis’, una banda que referenciaba —en el nombre y no en la música— a la jodidéz por la que estaba pasando el pueblo mexicano, la llamada “realidad popular mexicana”, con un presidente como Luis Echeverría que había prometido defender al peso mexicano como un perro, pero que terminó hundiendo al país con una campaña presidencial llena de corrupción, frivolidad y despilfarro; en medio de todo esto, estaban Chico Che y La Crisis, cantando letras como: “Que se mantengan en paz / la reacción y sus fusiles, porque aunque lluevan raíles / la reforma agraria va”, los que lo seguían no sabían si continuar balando o alzar el puño en símbolo de inconformidad contra el gobierno, al final, se decidieron por el baile, el agasaje y la noche, y se le consideró así como “El Dios de la Fiesta” o “El Dios Fiestero”, un Santo, El Sagrado Corazón de la Música Tropical con Alma de Rock.
Sumario de la naquez —impuesta—, barriobajero, rebelde, sedicioso, aliento de los eventos sociales de clase media, nota que no falta en las fiestas de XV años, beso tropical de los novios y baile desacompasado de los padrinos ebrios en todas las bodas de México; un mito, al que ahora en vez de escucharlo, lo analizan. Es un disparate pedirle conciencia de clase, como es un disparate pedirle conciencia de clase a la sedición; Chico Che es un mito, que empezó abajo y prosperó y se adaptó a su público. A un hombre que nos pone a bailar no se le pregunta si traiciona o no a la clase. ¡Chi Cómo Ño!

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Mixar López
Narrador, cronista y periodista musical. Es colaborador de varias revistas y periódicos de México, Estados Unidos y América Latina. Vive en Des Moines, Iowa. Su primer libro de crónicas, Prosopopeya: La voz del encierro, está próximo a ser publicado.