CUENTOS DE NAVIDAD PARA NIÑOS
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CUENTOS DE NAVIDAD PARA NIÑOS

Te compartimos los mejores cuentos de Navidad para inspirarte con el espíritu festivo. Es una recopilación navideña dirigida especialmente para los más pequeños del hogar. Además la mayoría cuenta con un mensaje para la vida o moraleja que puedes platicar con tus niños y que seguramente recordarán por mucho tiempo. Con la colección de historia puedes armar interesantes dinámicas familiares que te harán pasar una inolvidable con tus seres queridos.

También algunos de los cuentos son retomados de autores internacionales como Charles Dickens y otros más traen consigo el folklor de la cultura americana y hasta de los países nórdicos. En todos se retoman figuras muy significativas de las fechas decembrinas.

NOCHEBUENA: «LA FLOR MÁS BELLA» EN EL MUNDO PREHISPÁNICO

Un paseo en el trineo de Santa

Era la víspera de Navidad y Carlitos había decidido que ese año iba a quedarse toda la noche despierto esperando la llegada de Santa. El niño hacía tiempo que se preguntaba cuál era la magia que le permitía volar por sobre toda la ciudad, visitando cada chimenea de cada casa.

Sus ojos se cerraban de sueño, cuando vio pasar a través de su ventana un diminuto trineo conducido por un anciano de barba blanca, abrigado de pieles de la cabeza a los pies y todo sucio de hollín.

– “Es ese, tiene que serlo”, – pensó Carlitos quien bajó corriendo al salón en el que ya se encontraba Santa llenando los calcetines de regalos. Sin temor ninguno se le abalanzó encima, rodeando apenas con sus manitas la panza redonda de Santa.

Santa lo miró tiernamente con sus mejillas rosadas y con una mueca sonriente que marcaba sus hoyuelos le preguntó. – “¿Qué haces todavía despierto, no sabes que hasta mañana no puedes ver tus regalos?”

A lo que Carlitos le contestó firmemente. – “Santa te he estado esperando toda la noche porque quiero pedirte un regalo especial en esta Navidad. Quiero que me lleves contigo en tu trineo y me dejes ayudarte a repartir la alegría y los regalos a los niños”.

Santa lo pensó durante unos segundos y viendo que el niño esperaba impacientemente una respuesta le contestó. – “Pues sabes que, esta noche vas a hacer mi copiloto, te has portado muy bien este año así que te lo mereces”.

Subieron sin más al trineo lleno de juguetes que estaba aparcado en el techo y volaron por los cielos más rápido que un viento huracanado. Durante el camino Santa silbaba, reía y llamaba a sus renos por sus nombres ¡Corran Trueno y Cometa! ¡Más rápido Saltarín! ¡Vamos Centella! ¡Apúrense que los niños esperan! Y casi en un parpadear Carlitos y Santa visitaron todos los hogares de la ciudad, dejando los regalos de cada niño.

A la mañana siguiente Carlitos se levantó de su cama y recordó cada detalle de la increíble noche que había pasado. Sin saber si aquello había sido un sueño o realmente había ocurrido, bajó corriendo las escaleras y encontró sus regalos. De algo sí estaba seguro, y es que Santa había estado allí.

La brújula de Papá Noel

Era el 24 de diciembre en el Polo Norte y los elfos se apresuraban a empaquetar los últimos regalos. Papá Noel ya estaba preparado para partir en su trineo tirado por sus ocho renos y Rodolfo, el reno de la nariz roja. Comprobó que todo estaba listo, cogió las riendas del trineo y ordenó a los renos:

– ¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todos los niños del mundo!

Emprendieron vuelo entre estrellas fugaces y auroras boreales. Sin embargo, cuando Papá Noel sacó su brújula para comprobar que iban por buen camino, se dio cuenta de que se había roto.

– ¡No puede ser! – se lamentó desesperado. – ¿Cómo encontraré el camino en esta oscuridad?

Rodolfo salió en su ayuda:

– Con mi nariz roja podremos ver en la oscuridad y encontrar el camino.

Así pusieron rumbo a la primera casa, donde un niño esperaba ansioso su regalo.

A Rodolfo le costaba ubicarse en medio de la oscuridad, pero tenía tanta ilusión por llevar los regalos que dirigió el trineo sin problemas.

Empezaron a repartir los regalos. Llegaron a una casa muy pequeña donde había muchos niños, entraron por la chimenea y al mirar a su alrededor vieron un salón frío, con pocos muebles y en un rincón un pequeño árbol de Navidad casi sin adornos.

Papá Noel dio una palmada y dijo:

– ¡Que sea un salón perfecto!

Y al instante, aparecieron unos muebles preciosos y un gran árbol con adornos y luces de todos los colores. Entonces, dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo los regalos por todas las casas de la ciudad. Entró por chimeneas grandes, pequeñas, altas y bajas, llevando la ilusión allí donde menos la esperaban.

Cuando terminó de repartir los regalos, Papá Noel miró a sus renos, les dio las gracias y le dijo a Rodolfo:

– Guíanos de vuelta a casa.

El camino de regreso se hizo muy corto y al llegar se encontró en la puerta a todos los elfos con un pequeño regalo. Papá Noel lo abrió y se rió.

– ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo la mejor de todas: ¡Rodolfo!

El reno se acercó y le acarició el brazo con su gran nariz roja. Los dos sabían que a partir de aquella noche se volverían amigos inseparables.

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El árbol de Navidad

Esa mañana, Sofía se había despertado muy temprano. Estaba tan entusiasmada que prácticamente no durmió. Por la tarde, iría con su padre a buscar un árbol de Navidad para colocarlo en el salón y adornarlo con luces de colores y algunos detalles que ella misma había diseñado. Era la primera vez que su padre le permitía acompañarlo a recoger el árbol en la tienda, y eso significaba que ya era mayor. Así que Sofía se sentía muy feliz.

Salieron de casa muy temprano y al acercarse al vivero, el frío se empezó a hacer más intenso: cientos de árboles colocados en hileras esperaban por una familia que les acogiera esa Navidad. La mano de su padre la mantenía a salvo del frío de esa tarde de diciembre y le hacía sentir segura, pero no podía evitar sentir un poco de miedo.

Nada más cruzar la puerta, se acercó un señor muy amable para atenderlos. Con la pala en mano, les pidió que lo siguieran hasta donde estaban los árboles. Les preguntó cuál querían y seguidamente, empezó a cavar para sacar a aquel pequeño pino de su entorno. Sofía no pudo evitar sentirse muy triste y comenzó a llorar desconsoladamente. Por mucho que su padre intentó calmarla, no lo consiguió. Su exasperación fue tal que regresaron a casa sin el árbol de Navidad.

Nada calmaba a Sofía. Se pasó el resto de la mañana y toda la tarde llorando en su habitación. Cuando se calmó, fue donde su padre y le preguntó por qué le hacían eso a los árboles. Su padre intentó explicarle que se trataba de una tradición y que los habían sembrados con ese objetivo, que esa era su misión en la tierra. Al escuchar eso, la tristeza de Sofía se transformó en ira y le dijo:

– ¿Su misión? ¿Y cuándo esos árboles decidieron que esa sería su misión?

Nada de lo que dijo su padre la convenció. La decepción que invadió a la niña la llevó a encerrarse en su habitación y solo salía para comer.

Una tarde, cuando su padre ya no sabía qué más hacer, Sofía lo llamó y le pidió que fuera a su habitación. Al entrar descubrió que la niña había diseñado un árbol navideño precioso, y lo había hecho con objetos que tenía en su habitación.

– ¿Papá, ves cómo podemos tener un árbol de Navidad precioso sin dañar a esos pobres pinos?

Su padre la abrazó con ternura y comprendió cuán equivocado había estado. Aprendió la lección que le dio su hija y a partir de ese año, cada Navidad padre e hija organizaron un taller de manualidades para que todos los niños del barrio diseñaran su propio árbol de Navidad y los pinos pudieran seguir creciendo.

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La brillantes arañas de Navidad

El hogar se había vuelto a inundar con el espíritu navideño, el olor a pan dulce y turrones impregnaba el ambiente y los colores chispeaban por doquier. La madre se había encargado de que ese año la casa estuviera reluciente para la celebración. Había limpiado con esmero hasta el último rincón del hogar, de manera que no quedasen restos de polvo o suciedad.

Sin embargo, en su afán de limpieza había roto unas minúsculas telarañas que hacía años formaban parte del salón y daban refugio a unas pequeñas arañitas que disfrutaban en especial de aquellas fechas. Al ser despojadas de su hogar, las arañitas no tuvieron más remedio que huir desoladas hacia un rincón oscuro en el ático.

A medida que se acercaba la Navidad, el sentimiento festivo se apoderaba aún más de aquel hogar, y una tarde toda la familia se dispuso a decorar un inmenso árbol. La madre, el padre y los dos hijos colocaron los adornos navideños y luego se fueron a dormir.

Mientras tanto, las arañitas lloraban desconsoladamente porque se iban a perder la mañana de Navidad, cuando los niños abrían sus regalos. Cuando parecían haber perdido toda la esperanza, a una de las arañas más viejas y sabias se le ocurrió que quizá podían ver la escena escondidas en un pequeño orificio del salón que solo ella conocía.

Todas estuvieron de acuerdo y de manera silenciosa salieron de su escondite para llegar hasta la pequeña grieta del salón. Antes de llegar fueron sorprendidas por un gran estruendo y corrieron hacia el árbol navideño buscando refugio para que no las descubrieran.

Era Santa Claus que intentaba entrar por la chimenea. Al acercarse al árbol para dejar los regalos, le resultó simpático ver aquellas pequeñas arañitas repartidas por cada rama, detrás de las decoraciones más bonitas. Entonces, decidió usar su magia y convertir a las arañas en las largas cadenas luminosas, que hoy conocemos como guirnaldas.

El mejor regalo

Había una vez un niño que le encantaba la Navidad, pues cada año Santa le traía preciosos regalos. Sin embargo, tenía un amigo que nunca sonreía por estas fechas y siempre andaba callado y pensativo. Sin dudarlo, se acercó una Navidad y le preguntó qué juguetes le había traído Santa, pensando que así se animaría, pero cuando vio la tristeza en su rostro supo de inmediato la respuesta.

¿Cómo podía ser?, se preguntó el niño que no entendía por qué Santa se había olvidado de su amigo. Así fue como al año siguiente se propuso esperar a Santa y preguntarle si no tenía suficientes regalos para todos los niños.

Puntual con las campanadas de las doce, el niño sintió los cascos de los renos patear sobre el tejado de su habitación. Se lanzó a correr y llegó justo a tiempo para encontrar a Santa saliendo de entre las cenizas y troncos.

El niño que estaba decidido a confrontar a Santa le preguntó.

– Santa, ¿acaso no tienes suficientes regalos en tu saco para todos los niños? Mi amigo no recibió ningún regalo el año pasado, así que este año yo le cedo mis juguetes.

El viejecillo miró consternado al niño y le dijo.

– Querido eres un niño muy dulce y bueno, es por eso que cada Nochebuena esta es una de las primeras chimeneas que visitó. Lo cierto es que mi saco es mágico, dentro de él guardo millones de juguetes para todos los niños del mundo. Pero a pesar de que visitó a cada niño y niña, no siempre puedo dejarles juguetes. En algunos hogares encuentro sufrimiento y tristeza, por lo que mis juguetes no son suficientes para cambiar eso.

Viendo que el niño seguía esperando el resto de la explicación, Santa continuó diciendo.

– A esos niños que no son felices les doy el mejor regalo que tengo para dar. En mi saco también cargó amor y esperanza, por lo que rezó junto a sus camas para que reciban el próximo año la alegría del espíritu de la Navidad.

El niño comprendió entonces que Santa repartía diferentes tipos de regalos y decidió que él también podía ayudar a su amigo.

– Pues yo también voy a ayudar a mi amigo compartiendo mi alegría y amistad con él.

A lo que Santa le contestó con una sonrisa tierna antes de desaparecer.

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Santa Secreto

Luigi era un niño a quien le encantaba la época navideña, como a todos sus amigos, le gustaba la comida, las decoraciones, la nieve, pero por sobre todas las cosas, le encantaba recibir regalos.

Todos los años sus amigos y él organizaban “Santa secreto”, un juego que consistía en obsequiar pequeños regalos a quien te tocaba en el sorteo durante 10 días. El último día, todos se reunían, llevando consigo un regalo de mayor valor y trataban de adivinar quién era su Santa Secreto.

Ese año, Luigi tenía planeado hacer lo de todos los años: Dar 4 tarjetas navideñas compradas en el supermercado, 5 paletas de caramelo y una prenda de vestir como regalo final. Rápido y simple. Todo porque no le gustaba romperse la cabeza pensando en regalos que le podrían gustar a la otra persona, lo único que le importaba era lo que él iba a recibir.

El día del sorteo, estaba emocionado, pero no por saber a quién le tocaría darle sus obsequios, sino porque una de las personas que estaban allí le daría 10 regalos y estaba ilusionado pensando en lo que podrían ser. Así que, como todos los años, cuando metió la mano en la tómbola y descubrió que le tocaba ser el Santa Secreto de Jimmy, un compañero de su clase, no le dio mucha importancia.

Al día siguiente se despertó emocionado por lo que encontraría en su casillero. Su mente pensaba en mini bicicletas, una caja llena de dulces, dinero en efectivo, el juguete de moda, pero cuánta fue su desilusión al ver en su casillero una tarjeta que solo decía “Feliz Navidad”. Los días siguientes no fueron diferentes, se desilusionó porque de hecho todo lo que recibía era muy similar a lo que él ponía en el casillero de Jimmy.

Cuando llego el día del regalo final, todos estaban reunidos en el salón de clases, todos tenían cara de felicidad por los regalos anteriores, excepto dos personas: Luigi y Jimmy. El primero en adivinar fue Jimmy quien dijo:

– Mi Santa Secreto es Luigi – lo dijo desmotivado y triste, pues los regalos que había recibido eran muy superficiales.

– Si soy yo, que bueno que adivinaste – dijo Luigi – Bueno, me toca adivinar a mí, y en verdad no tengo idea de quien sea mi Santa Secreto, ya que fue el peor de todos los años. Los regalos no me gustaron para nada, fueron simples y aburridos.

Lisa, quien era una chica lista, le dijo:

– Yo fui tu Santa Secreto de este año Luigi, y el motivo por el cual escogí esos regalos para ti es porque yo recibí lo mismo de ti el año pasado, y me puso muy triste y desilusionada- Lisa sacó un gran regalo de su mochila, y se lo dio – solo quería que aprendieras que tienes que pensar en los demás y no solo en lo que vas a recibir.

Luigi se emocionó mucho porque cuando abrió el regalo resultó que era el juguete que todos los de su clase quería, pero al ver la cara de desilusión de Jimmy, fue hasta él y le dijo:

– Creo que tú te mereces esto más que yo, ya que nunca me detuve a pensar en lo que te gustaría recibir

La cara de Jimmy se iluminó de inmediato, y Luigi tuvo una sensación que nunca antes había sentido: la de hacer feliz a otra persona. Fue entonces que descubrió que se siente mucho mejor regalar algo en vez de recibirlo.

Los táleros de las estrellas

(Adaptación de los Hermanos Grimm)

Había una vez una niña huérfana muy pobre. Tan pobre, que no tenía hogar ni cama donde dormir. Sus únicas posesiones eran la ropa que llevaba, un gorrito de lana y un pedazo de pan que un alma caritativa le ofreció.

Hacía frío y ese día era Nochebuena. La pequeña decidió caminar hacia el bosque, pero al poco se encontró con un anciano que le dijo:

– Por favor, ¿podrías darme algo de comer? Estoy hambriento…

La niña le ofreció el pan que tenía y el hombre respondió agradecido:

– ¡Dios te lo pague!

La pequeña sonrió y siguió andando. Y al rato se encontró con un niño que le dijo:

– Por favor, tengo frío en la cabeza… ¿Tienes algo para abrigarme?

Y la niña se quitó el gorro y se lo regaló al pequeño.

El niño se alejó feliz y la niña sonrió. Poco después se encontró con otro niño que tiritaba de frío y ella se quitó el abrigo fino y se lo regaló al pequeño, que por fin entró en calor. Y ya cuando entraba en el bosque era de noche, y vio a otro niño con una simple camiseta. Ella se quitó la camisa y se la ofreció.

Cuando ya no tenía nada más, la niña se sentó, muerta de frío, junto a un árbol. Entonces miró al cielo y vio que las estrellas brillaban con mucha intensidad. Y al sonreír, muchas de ellas comenzaron a caer y al llegar al suelo se transformaban en táleros, que eran unas preciosas monedas de plata. Y junto a ellas además apareció ropaje de fino lino. La pequeña recogió todas las monedas, se vistió con la ropa que había aparecido de forma milagrosa junto a ella y fue rica el resto de su vida.

La leyenda de Tomte

Tomte es el gnomo que, cada Nochebuena, acompaña a Santa Claus en Suecia. Un ser pequeño y bondadoso, pero terriblemente tímido. Siempre ayudaba a encontrar a los animales o los juguetes que se habían perdido. Y cuenta la leyenda que, un día, paseando por el bosque, se encontró a un reno de nariz roja atrapado entre unas ramas, y a un hombre de enorme barriga y barba blanca que trataba de liberarlo sin éxito. Tomte decidió ayudarle, y juntos consiguieron por fin soltar al reno.

Gracias a ello, Santa Claus pudo cumplir su misión aquel 24 de diciembre y terminar de repartir sus regalos. Y desde entonces Tomte es feliz acompañándolo y ayudando a cumplir los sueños de los más pequeños. Una preciosa reflexión sobre el valor de la cooperación y la felicidad de hacer felices a los demás.

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Matías y el muñeco de nieve

Matías en esa Navidad se sentía más solo que nunca, no tenía hermanos, sus amigos vivían muy lejos y sus padres estaban demasiado ocupados con los preparativos de la festividad. Decidió entonces pasar el día retozando en la nieve que se apilaba en el jardín de su casa, sin sospechar que esta daría vida a su nuevo mejor amigo.

Comenzó casi sin darse cuenta a moldear dos bolas de nieve, que colocó una encima de otra como si de un cuerpo y una cabeza se tratase. Luego arrancó dos ramitas secas de un árbol cercano y las colocó en forma de brazos. El muñeco de nieve iba tomando forma pero aún no parecía real, así que Matías fue corriendo a su habitación y agarró una bufanda de colores, un gorro de lana, un par de botones para los ojos, un peine para la boca y una zanahoria para la nariz.

Cuando iba colocando cada detalle iba creciendo el anhelo de Matías de tener un amigo para jugar, por lo que al terminar se sorprendió de ver que su muñeco de nieve había cobrado vida y le sonreía.

Matías se sintió feliz y pensó que no podía haber recibido un mejor regalo esa Navidad. El niño comprendió que cuando algo se desea con suficiente fuerza, puede volverse realidad. Emocionado comenzó a buscar un nombre para su muñeco que no dejaba de lanzarle bolas de nieve y corretear por el jardín. Después de unos minutos le dijo, – “te llamaré Copo de Nieve, ¿te gusta?”. El muñeco asintió con otra sonrisa y siguió jugando con Matías que nunca más se sentiría solo.

Así pasaron los días y Matías se divertía jugando con su nuevo amigo, al que también venían a ver sus compañeros del colegio y otros niños del vecindario. Todos reían sin parar de las ocurrencias de Copo de Nieve, que disfrutaba haciendo felices a aquellos niños.

Cuando comenzó a despedirse la temporada invernal, los padres de Matías lo ayudaron a trasladarlo hasta un parque cercano que se encontraba en una zona que apenas se derretía en el verano. Allí esperaba el muñeco a que Matías y sus amigos lo visitaran, cosa que hacían de manera constante, sobre todo en la Navidad.

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El milagro de la Navidad

La Navidad es una época llena de milagros y si no me crees escucha esta historia. Todo empezó con un profesor que decidió asignarles una tarea diferente a sus estudiantes en la víspera de Navidad. Al terminar la clase les dijo: – “Es tiempo de compartir nuestro corazón, así que lleven a tantos niños como puedan la alegría de esta Navidad”.

Fue así como un grupo de muchachos se animaron a cumplir con la asignación del profesor y salieron a comprar algunos regalos, que envolvieron y colocaron dentro de un saco. En Nochebuena decidieron que el mejor lugar para repartirlos era el hospital más cercano, donde seguro habían niños anhelando recibir los regalos de Santa.

Disfrazados de Santa Claus y cantando villancicos se aparecieron por sorpresa en el hospital, donde creían que a lo sumo encontrarían una docena de niños. Pero la realidad era que habían muchos más niños aquella noche internados, alrededor de una treintena. Los niños miraban expectante y con júbilo, esperando a ver qué sorpresas les traían estos Santas.

Los muchachos quedaron desconcertados, sabían que los juguetes que habían comprado no eran suficientes para tantos niños, pero tampoco podían romper sus corazones. Finalmente intentando no decepcionarlos, comenzaron a repartir los juguetes que traían a los más pequeñines, y acordaron que cuando se terminaran le explicarían lo sucedido a los más grandes.

Pero cuál fue la sorpresa al notar que cada vez que buscaban dentro del saco un regalo más, lo encontraban. Cada niño recibió su juguete y los muchachos apenas podían creer lo que había sucedido aquella noche. Sin poderle dar otra explicación a aquel problema que matemáticamente no tenía solución, decidieron pensar que se trataba de un milagro de la Navidad.

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Cinthia Flores

Fotógrafa y reportera.