Tengo amigos que han salido con cinco o hasta veinte personas a lo largo de su corta vida (sí, todos millennials, como yo) gracias a Tinder, esa app que es una especie de casa de citas moderna. Lo confieso: yo no he entrado, por mis prejuicios. La idea de tener que promocionarme e iniciar una típica conversación de ligue con un extraño me aburre. No juzgo, cada quien sus limitantes y optativas para romancear o encontrar candidatos para una noche agradable de sexo, alcohol y charla.
En la guerra cualquier hoyo es trinchera, me dijeron hace poco. Así que no importa la plataforma; Tinder es una nueva forma de concretar citas-a-ciegas. Unos datos para dimensionar: se trata de la aplicación más popular para ligar. Fue la quinta más utilizada por los millennials en 2016. En los primeros lugares estuvo Facebook y Uber. El 51 por ciento de los usuarios de Tinder a nivel mundial son solteros, el 34 por ciento son casados y el 11 por ciento está en una relación. La mayoría de los usuarios son hombres: 62 por ciento a nivel mundial.

Se acercaba el Día del amor, la amistad (y el cogedero). Así que me di a la tarea de buscar algunas historias de Tinder. Más allá de saber si los consultados encontraron el amor o no, si tuvieron sexo o no, me interesaba conocer sus experiencias más extrañas. Acá los testimonios contados de primera mano (algunos nombres fueron omitidos, o cambiados, a petición de los entrevistados):
ÁCIDOS EN LA BIBLIOTECA CENTRAL
María Muñoz (22 años):
Augusto llevaba días mensajeándome. Quería verme. Acepté con la intención de matar su curiosidad. Vivía cerca de Ciudad Universitaria y aprovechando que supo que andaba por sus rumbos quedamos en encontrarnos entre los libros de la Biblioteca Central.
Nuestras conversaciones habían sido huecas; mi interés era nulo. Yo iba a estar por ahí y no me molestaba conocerlo. Tinder permite encuentros con personas con las que posiblemente jamás coincidirías. Y aunque no siempre terminé en Netflix & Chill, la posibilidad de que una cita se volviera una tragicomedia típica del millennial alone estaba siempre presente. Son las que valen el ocio eterno del swipe.
Estaba metida entre las definiciones de “ismos”, a punto de volverme el personaje secundario de mi tragicomedia tindereana: un chico conoce a una chica, un chico llega en ácidos a su cita, un chico se para delante de la chica y sin importar la decencia del silencio bibliotecario grita su nombre: ¡¡¡Hola, María!!! Lo saludé desde la lejanía de mi asiento y quedamos en vernos afuera. Alargué los minutos hasta que no pude ser más descortés y decidí salir. En ese momento no entendía tanta efusividad hasta que me contó que había consumido LSD antes de llegar.
“Hay una época del año en la que los reflejos del sol en el mural de Juan O’Gorman se vuelven un espectáculo especial. Pasa algo así como el recorrido de equinoccio que hace la serpiente en las pirámides del sol”, me dijo Augusto mientras veíamos la oscuridad de la explanada. El efecto de los ácidos se imprimieron en toda su tarde y continuaron hasta convertir nuestra date en un monólogo sobre su vida, la arquitectura y la UNAM; la ciudad, su vida, la UNAM, la arquitectura, la ciudad, su vida, la UNAM, los ácidos, Tinder, yo, María. María, yo. María que jamás volvería.
Meses después regresé a Tinder. No volvimos a hacer match pero Augusto tenía mi Whatsapp. Vio mi regreso y decidió escribirme una declaración de fe sobre nuestro futuro; claro, un futuro posible solo si nos dábamos la oportunidad de la segunda cita. Pero no Augusto, no. Piensa, por favor, que todo fue un viaje de ácidos en la Biblioteca Central.
EL DEMONIO VIVE EN TINDER
Adolfo Reséndiz (23 años):
Tinder es el demonio. Un lugar de vanidad y ego. Una tierra sin ley.
Mi historia con la app comenzó tras una ruptura: escenario perfecto. Luego de calificar posibles parejas recibí un match de una chica bastante linda: cabello largo, piel clara, ojos negros, sonrisa destacada. Inicié la conversación con la torpeza de un elefante en patines. Preguntas básicas sobre sus gustos, preferencias… algo funcionó a tal grado que Daniela me dio su número de celular para continuar la conversación voz a voz.
Marqué. Contestó y fluyó. Acordamos que pasaría por ella a la UVM de Tlalpan. Todo bien. Seguí con el plan. Ahí estaba yo, siendo puntual por primera vez en mi vida, para recoger a una desconocida. El protocolo para subirla al auto fue complejo. Daniela me pidió que bajara y la buscara entre la marea de barros, mocos y testosterona que es la UVM. Fue un juego perverso de su parte; ella me miraba con su bola de amigas desde un piso arriba. Yo era una especie de roedor en laboratorio.
Subimos al auto y nos embarcamos rumbo al Cenart. Recorrimos el lugar entre risa y charla. En algún momento un puberto se acercó a Daniela para decirle que era una drogadicta y que la iba a matar. ¡Dios mío! No me quedó más que encarar al mocoso y decirle que se largara. Daniela me pidió irnos. El bato nos siguió de lejos. El ambiente se enrareció. Subimos al coche y manejé con Daniela llorando como si hubiera visto un fantasma.
No quería pedir una explicación; pero al llegar a su casa me invitó a pasar y empezó a hablar. Daniela tenía 18 años recién cumplidos, y en su historial figuraban dos intentos de suicidio, una lista de drogas consumidas impresionante y sufría de depresión porque no sentía que su familia la valorara. Me sentí ofuscado. Estaba metido en un tremendo lío: morra asustada, con tendencias suicidas, sola y en su casa.
La abracé y comenzó a besarme. Subió la intensidad, pero llegó su mamá. Salí corriendo. No volví a verla.
Camino a casa abrí Tinder.
TINDER ES UN MENÚ
Anónimo:
Hay que empezar por el morbo; dejar de lado la posibilidad de conocer personas diferentes para salir de la rutina o encontrar el amor de tu vida. El morbo mueve Tinder, no el sexo. La incertidumbre de saber si eres atractivo para alguien más; el estereotipo del hombre dando like a todo lo que aparece en la pantalla es cierto, pero no por las razones que se sospechan. No se necesita salir: basta un match para el ego. Después, si tienes tiempo y has confirmado que del otro lado de la línea no se encuentra un tipo de dos metros, sales con la chica. Puedes o no llevarte sorpresas (buenas y malas), pero lo importante es confirmar el interés. Terminar en una cama es el plus de la vida, no importa si sucedió por Tinder o en un bar.
Grosso modo así describiría mi participación en el menú de experiencias que es Tinder. Aventuras veloces que casi nunca culmino; sin embargo, se trata de ser a quién eligen, una opción en el mar de posibilidades. Dejas de ser el bulto que empuja a las viejecitas en el metro para transformarte en la elección de alguna chica en algún lugar de metro Etiopía, donde me asaltaron por buscarla. Pasan cosas, pero sobre todo pasas a ser.

TINDER ES UN TRÍO DE IDA Y VUELTA
Yuri (23 años):
Pepe, mi novio, y yo decidimos meternos a Tinder para encontrar una chica que quisiera hacer un trío. La estrategia consistía en que los dos abriríamos la app, le daríamos like a la chica que nos gustara para hacer match y poder enviarle un mensaje de parte de los dos. Fuimos directos. Tuvimos muchos match, como 30, y solo cinco dijeron que sí.
Entonces decidimos cambiar de estrategia. Ahora consistía en hacer match con las chicas, y una vez que habíamos establecido un vínculo les decíamos lo del trío. Hicimos unos 30 matches, de esos solo 5 aceptaron. Entre ellos estaba Gaby. Le gustaba la idea. Se sentía privilegiada, era bisexual.
Pero había un pequeño problema: su novio era virgen y ella no quería desvirgarlo. Se le hacía una responsabilidad muy grande. Así que entraron a Tinder para buscar una chica. Gaby, una mujer hermosa que en pocos meses se graduó del Centro de Educación Artística de Televisa, se negó, en un principio, a la propuesta. Nos contó que en realidad esperaba de Tinder encontrar a una chica que quisiera quitarle la virginidad a su novio.
Sin éxito, me escribía diario buscando consuelo, consejos e implícitamente un juego de parejas: ella hacía un trío con nosotros y yo, tenía sexo con su novio. Todos felices y satisfechos. Sin embargo, me pareció una oferta muy desequilibrada. ¿Realmente sería tan bueno el trío como para tener que fletarme minutos (probablemente pocos) de sexo torpe y sin atracción? Nah. Quitamos el match, pero no borramos su foto, para reconocerla por si un día la vemos en las novelas de las 4 de la tarde.
LA BRUJA DE TINDER
Anónimo (26 años):
Éramos amigos. Roberto me contaba que quería cortar a su novia. Ella (la conoció en Tinder) tenía 29 años y un hijo de 12, y lo había engañado con alguien de su chamba. Totaaal. Dejó a la chica y comenzamos a salir. Pero nos sucedieron cosas extrañas: chocamos, tiró a un güey de una moto, peleamos muchísimo, me enfermé.
Roberto me dijo que —no me consta— la ex le mandó mensajes diciéndole que nos arrepentiríamos; que nos haría algo (una especie de brujería), que no se iba a quedar así. Bla, bla, bla. Me contó que la tipa tenía un ex que era curandero. Yo no creo en nada de eso, pero todo era muy raro. Nunca nos explicamos por qué nos sucedían esas cosas. Le dije que mejor cortara toda relación con ella y las cosas se calmaron. Obvio lo molesté mil veces. Lo sigo haciendo con la gente loca que se encuentra uno en Tinder.

EL TINDER ES UNA MALDICIÓN GITANA
Santiago Fuentes (22 años):
Los foráneos siempre terminamos conociendo a los bichos más raros de la ciudad. Más en domingo, que deambula por las calles la fauna más marginal. Y Tinder es un botón de eyección del tedio.
Desperté una tarde con una resaca desoladora que solo podría ser aliviada por un consomé, un trago y un terso susurro de mujer. Configuré la aplicación en un kilómetro a la redonda y deslicé sistemáticamente todo a la derecha hasta quedarme sin municiones.
Caminé hasta un Sanborns para encontrarme con Alicia.
Para romper las apariencias bebí un trago del infame vino tinto que espera en las mesas. Alicia confesó pertenecer a una familia de gitanos italianos y trabajar como imitadora de la voz original de Telcel.
Conmovidos por el patetismo de la situación, la velada discurrió lejos del erotismo. Caminamos hasta su departamento en la Narvarte. Cuando la puerta se abrió percibí entre las tinieblas el mítico hacinamiento gitano. Me esfumé antes de que algo iluminara el recinto.
DE TINDER A LA NUDEZONE
Anónimo:
Conocí a L. hace un año en el Foro Indie Rocks! Él formaba parte del staff de Festival Latinoamérica 360 y había salido por una de las puertas de backstage cuando mi amiga se acercó para preguntarle sobre el after. L. respondió que no sabía nada al respecto mientras me miraba de forma extraña. No sé si porque estaba súper ebria o le había gustado.
Meses después, no sé cómo, comenzó a seguirme en Twitter. Interactuamos un par de veces y cuando me di cuenta que teníamos amigos en común lo agregué a Facebook. De vez en cuando nos dábamos like o comentábamos nuestras publicaciones, pero todo demasiado equis. Pasó el tiempo y unas amigas me presentaron Tinder en una fiesta. No buscaba encontrar el amor o algo, pero se me hizo interesante y decidí experimentar… Tras varios match y citas fallidas encontré a L. No lo dudé e hicimos match, pero no hablamos hasta casi un año después, cuando el aburrimiento y el ocio me hicieron explorar mis match con los que nunca había charlado.
Le escribí y platicamos sobre el día que nos vimos. L. me dijo que habíamos bailado cuando los Master Plus estaban en el escenario, pero estaba tan borracha que solo recuerdo haberlo visto unos minutos, en la puerta de backstage. Desde entonces nos escribimos a diario, dejamos el austero chat de Tinder y pasamos al (un poquito más «acogedor») inbox. Hace unas semanas nos reencontramos en un concierto de Reyno en el Black Berry. Yo estaba bastante emocionada porque L. me gusta mucho y nos entendíamos bastante bien, pero el dude solo busca quién le mande nudes. ¡¡¡Me mandó a la nudezone!!! Jajaja. Qué tristeza.

