Por Misael Torres / @misaeltorres
Las Vegas es el imperio de la ilusión, de la distorsión. Ficción y fantasía son intermitentes en el imperativo existencial hedonista de la capital mundial del entretenimiento: ese pequeño territorio desértico en medio de la nada. En su versión de universalidad, este “oasis” reúne una estructura multisimbólica: desde la pirámide Luxor, la Estatua de la Libertad, la Torre Eiffel, el castillo de Carcasona del Hotel Excalibur, hasta las gigantescas pantallas del hotel Aria.
Un paisaje sobrecargado, matizado de códigos que parecen indicar que la ciudad funciona como un territorio flexible definido por una especie de arquitectura psíquica. Experiencias que ofrecen un desbordamiento constante de la ilusión de libertad. Sin embargo, Las Vegas no se basa en el engaño, ya no lo necesita. En 2016 se mantuvo como la ciudad con mayor tasa de suicidios de Estados Unidos; en el mismo año generó 55 mil millones de dólares del turismo y estableció nuevo récord: 42.9 millones de personas la visitaron.
La gran victoria de Las Vegas es asumir que la fantasía de libertad suprime la conciencia. El encanto de la ciudad promete no solo ofrecerte todo lo que deseas, sino guardar el secreto (“lo que sucede en Las Vegas, se queda en Las Vegas”). Ciudad de tránsito, las fronteras se han cruzado tanto que ya no hay necesidad de definirlas; han mutado su propia ficción de multiculturalismo (yuppies, rednecks, vaqueros, cholos…) más allá de la «coexistencia» de lo marginal.
Los personajes de la serie navegan entre el escape y el anonimato. El poder y la estética de la ciudad les otorga la posibilidad de dejar atrás el pasado en un simulacro que diluye la memoria. En Las Vegas, las ideas, como las apuestas, nunca se acaban. La ciudad adopta sobrevivientes que no obstante al caos, deciden resolver su sueño de convertirse en una «celebridad» y adoptan la imagen y «vida» de sus personajes favoritos: Tupac Shakur, Elvis Presley, Gene Simmons, Mr. T, The Joker, Mr. White, un apostador adicto, un alcohólico, un racista, un marginado, un suicida.
Dudo que la historia de los que deciden quedarse tenga un comienzo o un final definidos. Tampoco creo que tendría porque tenerlos.
—Misael Torres es fotógrafo, artista, que ha expuesto individualmente en varias galerías. Su obra forma parte de diversas colecciones de arte contemporáneo. Fue coordinador del programa educativo del Centro de la Imagen. Es director fundador de Centro ADM y del Festival Internacional de Fotografía PORTFOLIO.