Por Alejandro González Castillo / @soypopesponja
“Señores y señoras: nosotros tenemos más influencia con sus hijos que tú tiene, pero los queremos. Creado y regado de Los Angeles: ¡Guanas Adicción!”. Así la presentación de Ritual de lo habitual (1990), el discurso de español dislocado que una voz escupe apenas arranca el tercer álbum que Jane’s Addiction crearía y con el cual el combo se haría de un nicho en el estante de veladoras y estampas de santitos que el local más oscuro del mercado de Sonora presume. Santería, sexo, heroína, glamur y muerte: los ingredientes que hacen de los nueve tracks que dicho plato contiene, una amenaza desgraciada para los padres y una delicia morbosa para los hijos; el remedio urgente para los desahuciados malditos y el ataúd a la medida para los de espíritu enclenque.
Quien comanda el cocinado de la pócima, el brujo citadino que espolvorea pelambre gatuno y macera fémures hurtados del panteón lleva por nombre Perry Farrell, un neoyorquino que cierto día cargó con su tabla de surf y un puño de mariguana para tomar un bus directo a Los Angeles para vivírsela rebanando espuma marina. Ahí, en esa tierra que los Beach Boys bautizaron como mítica para el rock and roll, Perry se haría del alter ego con el que se matricularía en la universidad del rock alternativo —esa institución que a la larga le otorgaría un puesto vitalicio, como gerente del negocio Lollapalooza— y luego, tras forrar de saliva el micrófono con el grupo Psi Com, conocería a Dave Navarro, Stephen Perkins y Eric Avery, con quienes daría a luz a la Adicción de Juana.

Soul, punk, zydeco, heavy metal, hard rock, psicodelia, reagge y funk. Stephen, Eric, Dave y Perry contaban con cintas de la más variada laya en sus respectivas casas; sonidos que a la hora de juntarse en el cuarto de ensayo producían música harto distante de la que entonces domaba el gusto popular de los devotos de las guitarras eléctricas —por ejemplo, los de Guns N´Roses vivían su era de derroche patrocinados por el Use your illusion (1991), basta recordar—, una mezcla que con los dos primeros discos del cuarteto (uno de título homónimo seguido por el Nothing´s shocking) ganaría la suficiente espesura como para producir un fermentado que con Ritual de lo habitual abandonaría la distribución callejera para ser envasado y venderse a granel en el canal MTV.
Colocado por vez primera en los estantes de las tiendas de discos en 1990 y producido por Dave Jerden al lado de Perry, el Ritual es una obra engendrada bajo los efectos de la aceleración química que la heroína produce en sus consumidores. Se trata de nueve composiciones que incitan a la oración y a la flagelación con la vehemencia sobria de la resignación como empuje; pero que también orillan al frenesí y al desboque de la mano del peligro, de la curiosidad salvaje que incita a descubrir qué madres hay más allá de la barda.
Grabada en un momento de tensión insalvable entre sus creadores, la colección de temas que el trabajo aloja bien podría escucharse echado en sabanas de satín rojo, rodeado por cabezas de gallina y con una imagen de San Miguel Arcángel aprisionada en el pecho. Vaya, que acercar los oídos al cancionero éste significa un reto, y desde la portada del disco es posible advertirlo.

Ahí están, dos mujeres y un hombre, de yeso todos; un trío diabólico con lumbre escapando de la tatema, desorientado tras pasar tres días cogiendo y drogándose. Y aquí no hay figuración, lo escrito ocurrió realmente, el propio Farrell amasó dicha escultura como homenaje a su entonces novia, Casey Niccoli, y su amiga Xiola Blue, con quienes el cantante vivió tres días plenos de heroína y sexo (retratados en el tema “Three days”, calificado por el autor como su “Stairway to heaven”); lo justo para que Xiola muriera poco tiempo después, gracias a una sobredosis. Una historia suficientemente densa, ¿cierto? Lo bastante como para que en su momento el sello disquero decidiera censurar la portada.
Pero también hablamos de un relato bastante atractivo como para ir solo, de manera que “Then She Did…” lo acompaña como vecina de surco, una composición que habla de la misma Xiola, pero también de la madre de Farrell, quien acabó con su vida cuando éste apenas contaba con cuatro años de edad. El par de canciones, funestas y honestas, panorámicas y fantasmagóricas, forman parte de la segunda parte del plato, un tramo introspectivo, de trote lento, que contrasta con el primer capítulo, compuesto por cinco temas donde Navarro se asume como un funkero excedido de watts y sus compañeros como los hijos putativos de un Led Zeppelin instalado de por vida en la orgía, encantados de que para definirse basten las palabras “Dazed and Confused”.
Porque, ¿quién no experimenta mareos con “Stop!”, ese funk psicodélico de subidas y bajadas estrepitosas cual pinchazo de caballo?, ¿o cuántos se resisten a subirse al convoy de “Ain´t no right”, con la pata hundida en el pedal que traga kilómetros y la ventanilla abajo, partiendo carreteras mientras la mota rota?, ¿o cuál delincuente no se sentiría entumecido ante los ladridos que hacen de “Been Caught Stealing” algo más que un himno para los rateros de ocasión y profesión, sino un pretexto para atracar suspiros en la pista de baile? Un entramado de cuidado éste, una invitación al descalabre comandado por un surfista gótico por una suerte de glam rocker esotérico, bufón, trapecista y mimo de mente trastocada de nacimiento. Un demente caliente y siniestro.

A 25 años del alumbramiento del trabajo, tras conocer lo que siguió en la historia (apenas salió a la venta el disco, Jane´s Addiction se desmembró y la era grunge nació con el Nevermind), solo resta hurgar en el anecdotario del subterráneo mexicano de fines de los años ochenta para indagar cuál fue la influencia de México en la creación del Ritual de lo habitual.
Si fue en la Isla de los Monos de Catemaco donde Perry aprendió a flotar entre hierbas; si fueron sus visitas a los congales del viejo DF las que lo hicieron escribir “Classic Girl”, perdido entre la punketada por la madrugada; si gracias a su andar por las calles que nos tragan descubrió que el peligro vive de este lado del Río Bravo; si fue de esta manera que supo que meterse en problemas con tal de agitar el oleaje de la sangre vale la pena.
“Me gusta ponerme en peligro porque no hay nada mejor que la sensación de haberla librado. Y la única manera de obtener ese sentimiento es… corriendo peligro”; llegó a decir Farrell. Y más de tres lo imaginamos brindando en El Tenampa, en Garibaldi, buscando un conecte para luego perderse entre calles, rezando con vehemencia —tal como los escuchas hacemos— para que los efectos de Juana se estiren hasta el amanecer.

Editor Yaconic
Revista de arte y cultura