La vida y muerte de Kaspar Hauser son un misterio. Quizá sus abuelos lo arrebataron de los brazos de su madre adolescente, que lo concibió durante un amor eventual. Quizá fue el hijo ilegítimo de una familia real o de Napoleón Bonaparte. Quizá sus padres murieron en un accidente y un hombre pobre lo encontró enrollado en su cobija. O tal vez era un simple farsante retrasado.
El jurista alemán Paul Johann Anselm Von Feuerbach conoció por primera vez a Hauser dos años después de su aparición y en seguida buscó resolver esa misteriosa historia. Feuerbach se convirtió en el segundo tutor de Kaspar y en el escritor de Kaspar Hauser. Ejemplo de un crimen contra la vida interior del hombre (Pepitas de calabaza, 2017), que recopila documentos, artículos y las mejores investigaciones sobre el caso.
Hauser llegó a Núremberg el 26 de mayo de 1828, solo e intentando caminar. Llevaba consigo una carta que decía: “Quiero ser jinete como mi padre”. Conocemos su nombre porque era lo único que sabía escribir. Había permanecido encerrado aproximadamente 15 años en una jaula hasta que su captor lo dejó en libertad.
Su historia parece ficticia o una leyenda local, pero el que dude de ella debe desconfiar de Kaspar como persona. Sin él no existiría Caspar Hauser o la inercia del corazón (1908), la novela de Jakob Wessermann, ni la película de Werner Herzog, Cada cual para sí y Dios contra todos (1947). Pero no solo inspiró obras, sino también una nueva modalidad de crimen: el delito contra la vida interior, cuyas consecuencias no reposan en el exterior de un hombre, sino en el fondo de su alma humana.
Kaspar Hauser trata de ese niño de nadie y de todos que nació entre los 17 y 19 años y murió dos veces (casi tres). Hauser fue un atractivo turístico, en 1928 se convirtió en el hijo adoptivo de Núremberg, Alemania, y después de todo el continente europeo.
Su primera muerte sucedió alrededor de los tres años (según investigaciones), la edad en que lo encerraron. Su alma estuvo dormida durante toda su niñez y pubertad, como la de un animal. Kaspar no vivió toda esa larga y bella etapa. Durante este tiempo semejó un muerto y esa fechoría perpetrada en su contra no se pudo llenar con nada.

En 1829 lo intentaron matar. Paul Johann creyó innegablemente que los atacantes fueron los mismos que lo secuestraron de niño. Y aunque esa ocasión resultó fallida, el 14 de diciembre de 1833 y a sus probablemente 21 años de edad murió por última vez acuchillado en los jardines palaciegos de Ansbach, Alemania. Quince días después fue su sepelio y un día de pésame general para toda Europa.
El niño/joven tenía contextura baja y robusta, la piel blanca y el cabello rubio y rizado. Sus ojos eran azules y su nariz ligeramente caída. Su fisionomía tenía una expresión de serenidad, franqueza y candidez infantil.
A Kaspar no le gustaba la cerveza ni el vino, solo el agua. Sus colores favoritos eran el rojo y el púrpura. Pensaba que la nieve era pintura blanca. Amaba el orden y la limpieza y aborrecía todo lo que no fuera pan. Prefería la ignorancia y decía que en su “agujero” nunca había sentido tantos dolores de cabeza y que ahí no lo atormentaban tanto. Con su vida en el mundo se mostraba todo menos conforme y extrañaba al hombre que lo había tenido cautivo.
Hauser es el ejemplo de un crimen homicida contra el exterior de una persona y su ser más íntimo; contra su existencia mental, contra el santuario de su naturaleza pensante. El tiempo no vivido no puede ser devuelto. Su intelecto siempre permaneció por detrás de su edad y su edad por delante de su intelecto.
Kaspar Hauser, el hombre sin infancia ni juventud.

Aída Quintanar Vivanco
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