Por Carlos Martínez Rentería
Parece que fue hace unos días cuando se presentó La contracultura en México (1996) en el Foro Alicia. La esencia simbólica que nos convocó sigue tan vigente como entonces. En primer lugar por la amistad con el maese José Agustín, y en segundo la complicidad de ser renegados ante la cultura institucional. Compartimos la mesa aquella noche con el autor de este volumen de 190 páginas llenas de salvajes historias de rebeldía, ingenuidad, incorrección, desmadre, lucidez, arte, literatura, drogas, punks, darketos, jipitecas, cholos, chavos banda, sexo y rockanroll. Pero sobre todo reivindicando la dignidad de no estar de acuerdo con «el poder» y la vigencia de esa entelequia que se llama «contracultura».
El poeta Sergio Mondragón (que acompañó a José Agustín la mesa, además de Juan Tovar y quien esto escribe) recuerda así la presentación: “Fue al caer la noche, cuando presentamos la primera edición de este libro en la catedral del grafiti, aquel acogedor antro cuasi hoyo fonqui llamado Foro Alicia de la Avenida Cuauhtémoc de la Ciudad de México, atestado en esa ocasión de chavos lumpen y clase media además de uno que otro representante de la momiza alivianada, todos con nuestra chela en la mano y todos lectores y fans de JA, con la tocada de rock pesado a cargo de Los Esquizitos, el AK-47, Fausto Arrellín y La Camerata Rupestre.”

Este comentario del fundador de El corno emplumado, emblemática revista bilingüe de finales de los sesenta, fue escrito para el libro conmemorativo por los 10 años de en La contracultura México, publicado por la revista Generación y el Congreso de Contracultura (celebrado por el campus Lagos de Moreno de la Universidad de Guadalajara) en noviembre de 2006.
En ese mismo texto, Mondragón hace esta conclusión de La contracultura en México: “Los variados protagonistas de la contracultura se proponen, sabiéndolo o no, con sus actitudes, sus canciones y sus poemas, llevar adelante el viejo sueño de Rimbaud, lanzado como profecía hace más de un siglo, ‘cambiar al hombre, transformar la sociedad’.
Y una persistencia de la contracultura: las últimas frases de este rico ensayo están escritas en tiempo pasado, aunque se esté hablando de los días actuales y de lo que somos como sociedad en este momento, lo que le da al libro una culminación apocalíptica, un tono profético y una hondura que nos hace recordar a Ismael, el cronista del naufragio que es la novela Moby Dick y la insensata y frenética persecución que allí se narra de la ballena blanca, misma que, como dice su protagonista y que podemos igualmente aplicar a la contracultura, ésta no es otra cosa que una metáfora ‘de lo que es en nosotros eterno’”.
Por mi parte, considero que son dos los aciertos trascendentales de José Agustín (además de su siempre ágil prosa): por un lado su argumentación del por qué ubica a los pachucos como el punto de partida de la contracultura mexicana. Anota José Agustín: “El de los pachucos fue un fenómeno contracultural en varios aspectos: lo protagonizó gente joven y propuso un atuendo, caló, música y baile que lo identificaba. Repudió al sistema porque éste a su vez lo rechazaba, pero el nivel de conciencia de la rebelión era casi nulo y con gusto los pachucos se hubieran integrado al sistema de haber podido. Este, sin embargo, se cerró para ellos y los reprimió lo más que pudo. Se trató de una rebelión instintiva, visceral, primitiva, aunque claro, encontró grandes incomprensiones”.

Por otro lado, José Agustín tuvo la certeza de que la contracultura no fue solo una época perdida en el pasado sino que su vigencia llega hasta nuestros días como una presencia siempre renovada y combativa: “por lo general, se tiende a relacionar a la contracultura con los movimientos de rebeldía juvenil de los años sesenta, quizá porque al sistema le gustaría restringir ese tipo de acontecimientos a un área específica del tiempo. Eso ocurrió una vez y nada más. Mientras más rápido lo olvidemos, mejor. Sin embargo, es evidente que las manifestaciones contraculturales se pueden rastrear desde mucho tiempo antes de los sesenta y continúan después en México y en numerosas partes del mundo”.
Y premoniza: “A mediados de los noventa la contracultura en México había persistido casi cincuenta años, y todo indicaba que en el futuro inmediato, los inicios del nuevo milenio, continuaría presente…” Así ha sido.
También la apasionada y lúdica definición de contracultura es una invitación para clavarse en el tema y convertirse en un incondicional adepto de ella, como me ocurrió a mí. Escribe José Agustín: “En la contracultura el rechazo a la cultura institucional no se da a través de militancia política, ni de doctrinas ideológicas, sino que, muchas veces se da de una manera inconsciente, mostrando una profunda insatisfacción. Hay algo que no permite una realización plena. Algo, que anda muy mal, no deja ser. Eso es lo que expresa la canción ‘Satisfaction’ de los Rolling Stones, que no por nada es un cuasi-himno en la contracultura y en la que por una cosa o la otra no se puede estar satisfecho”.


Con respecto a lo anterior, el científico Timothy Leary escribió lo siguiente en el prólogo al libro La contracultura a través de los tiempos (Anagrama, 2005), de Ken Goffman: “El objetivo de la contracultura es el poder de las ideas, de las imágenes y de la expresión artística, no la adquisición de poder político personal. Así, los partidos políticos minoritarios, alternativos y radicales no son contraculturales en sí mismos”.
Cuatro años después de la aparición de La contracultura en México, Generación le dedicó un número especial al tema, retomando la estafeta que sugirió José Agustín en su libro para continuar investigando y polemizando. En este número se incluyó el texto “Mis viajes por la contracultura”, en el que José Agustín reitera: “Por supuesto, yo no me siento el rey del underground, ni el padre de la contracultura, ni el mero cabezón de la onda, ni nada por el estilo. Esas son puras mamadas”.
Y sintetiza así la intención fundamental de su libro: “En realidad, es una invitación a reflexionar en el tema de la contracultura. No ignoro que existen otros puntos de vista al respecto y discutirlos serviría para afinar los conceptos, definir los linderos y considerar los temas centrales. También se podría considerar, quiénes sí y quiénes no han participado en la contracultura, y en qué nivel, lo cual sería definirla y, por supuesto, habría que seguir reflexionando sobre la incidencia que estos fenómenos han tenido en los procesos sociales y en la conformación de la naturaleza de la sociedad civil mexicana. Eso sí, estoy convencido de que, queriéndolo o no, la contracultura en México ha dejado efectos visibles, que tienen significativos rasgos nacionales, y una definitiva connotación política”.
En 2002 estuvo en México el poeta y editor de la generación beat, Lawrence Ferlinghetti. Un año después, bajo el sello de Generación, se publicó el libro La noche mexicana, en el que el fundador de la librería City Lights cuenta sus experiencias durante varios viajes realizados a finales de los cincuenta y durante los sesenta en México. Al respecto, José Agustín publicó en Reforma el texto “Los beats y la noche mexicana” (2004), en el que vertió con entusiasmo su admiración por esta incorrecta generación de poetas norteamericanos e hizo una reseña del mencionado libro de Ferlinghetti.
Recuerdo que ese mismo año José Agustín y yo fuimos invitados a la ciudad de Pachuca para presentar La noche mexicana. Nos emborrachamos durante la comida y poco antes de la concurrida presentación nos metimos unas rayas de polvo blanco. Esa noche confirmé cómo la vocación contracultural del maestro seguía más vital que nunca.

En aquel texto sobre la generación beat se advierte el profundo conocimiento que José Agustín tiene sobre ese puñado de gringos renegados. Al respecto de La noche mexicana escribe: “Es el primer libro que se edita en México de Lawrence Ferlinghetti, así es que urge que se publique su obra, empezando con A Coney Island of the mind, que es un gran poema del siglo XX. Es lo menos que podemos hacer para corresponder a este poeta, que como Burroughs, Ginsberg y Kerouac, le ha tenido un amor especial a México y ha visto en nuestro país un poder, vital y espiritual, muy profundo, que nosotros nomás no percibimos”.
Siguiendo con esta cronología contraculturosa, en noviembre de 2006 se organizó un reconocimiento a José Agustín en citado Congreso de Contracultura de Jalisco. El rector del Centro Universitario de Los Lagos de la UDG, Roberto Castelán, y yo, fuimos a invitar a José Agustín a su homenaje. Le llevamos un postre de cortesía. El plato fuerte fue la publicación de un libro en el que colaboraron varios maestros: Juan Villoro, Sergio Mondragón, Alberto Blanco, Heriberto Yépez, Ricardo Castillo, Andrés Ramírez, Rafael Saavedra, Gerardo Estrada, Jesús Ramírez, Sergio Tovilla, Benjamín Anaya y Fausto Arrellín.
La portada es un retrato de José Agustín realizado por su hermano Augusto Ramírez e intervenida por su hijo Agustín, quien lo transforma en un punk con todo y cresta. El homenaje consistió en un ciclo de mesas redondas en las que participaron varios de los colaboradores del libro. Previo a la inauguración, nuestro querido amigo tijuanense ya fallecido, Rafa Saavedra, José Agustín y yo nos encerramos en el baño para compartir un postre.

El esfuerzo editorial más significativo que hasta el momento se ha realizado para dar continuidad al trabajo convocado por José Agustín La contracultura en México ha sido la publicación de la antología La cresta de la ola. Reinvenciones y digresiones de la Contracultura en México, publicado en noviembre de 2009, con motivo del 21 Aniversario de la revista Generación.
Se trata de un recuento de experiencias contraculturales que incluyen artes visuales, música, literatura, tribus urbanas y drogas, incluyendo las principales experiencias ocurridas justo a partir de los noventa, cuando José Agustín decide “pasar la estafeta” para que otros continuaran registrando el fenómeno contracultural hasta la primera década del siglo XXI. Pero habría que decir, que siguiendo la lógica sin tiempo de la contra, incluso al momento de redactar estas líneas, seguramente alguien estará reinventando una vez más el sinuoso camino de lo incorrecto.
Entre estas nuevas expresiones que reivindican las experiencias más contemporáneas del ser contracultural se deben incluir manifestaciones vinculadas con el espacio cibernético, nuevas tecnologías, híbridos interdisciplinarios, fusiones tribales que derivan de los ya cuarentones movimientos punks y darks, así como los intentos o pretensiones de crear una nueva manera de hacer poesía. Algunos ejemplos de estos “nuevos poetas”, casi todos veinteañeros, son Víctor Ibarra Calavera, la llamada Red de los poetas salvajes, Ashauri López, el colectivo Bala Fría, el colectivo feminista Las hilanderas, Sirako y el fanzine Licuado mental.

En el terreno de la música solo mencionaré dos ejemplos recientes de antologías que pretenden reunir experiencias alternativas, más allá de cualquier tendencia comercial: el álbum de aniversario por los 10 años del espacio El Real Under, que incluye bandas y DJ’s insertos en tendencias musicales que van del post punk, gothic rock, hard electro, horror rock, futurepop, high energy, synth rock y demás fusiones.
Otro ejemplo significativo es el fanzine y CD realizado por la DJ y aguerrida militante feminista, fundadora de bandas como Las Ultrasónicas y Las Cumbia Queers, Ali Gardoki, mejor conocida como Ali Gua Gua, quien rinde tributo a la banda rockera de los años ochente, Size, con la complicidad de una docena de agrupaciones de música independiente.
En artes visuales la lista es larga. Solo mencionaré a los pintores outsiders Felipe Posadas, Alonso Guardado y Agustín Ramírez, los maestros Daniel Lezama y Daniel Guzmán con su reciente exposición «Soup, cosmos and Tears» en el Museo Universitario del Chopo y la joven artista de intensidades blasfemas, Triana Parera. Así como el documentalista Gustavo Gamou.
En la primavera de 2016 visité a José Agustín en su casa de Cuautla para conversar en torno a la marihuana y su cada vez más próxima despenalización. Una vez más, con unas chelas de por medio, confirmé su irreverencia e inquebrantable vocación contracultural, aun ante los más adversos pronósticos. Aquí los fragmentos finales de aquella conversación publicada en el número 7 de la revista Cáñamo:
—¿Cómo ves el panorama actual de la marihuana en México?
—Va mejorando, pero sigue de la chingada. Aún es ilegal.
—¿Qué opinas del movimiento por la despenalización de marihuana?
—Me parece muy bien, ya era hora. Hace 40 años hubiera estado muy bien que esto ocurriera, no me hubiera ido yo a la cárcel.
—¿Cómo ves tú un mundo de marihuana legal?
—Yo creo que ciertamente implicaría más madurez de la sociedad en general y mayor ejercicio de las libertades. Todo eso sería muy benéfico.
—¿Cuál sería la reflexión de un escritor, un artista, un hombre exitoso, reconocido ante este panorama de descalificación hacia los consumidores?
—En verdad creo en la libertad y si la gente lo que quiere es atacarse con drogas, pues adelante, que lo haga mano. Entonces todos los movimientos legales para propiciar esto me parecen muy buenos.
—¿Una reflexión final?
—Yo nomás tengo 40 años consumiendo mota y nunca se me ha hecho vicio.
Como conclusión de este rápido recuento de 20 años de Contracultura en México, es importante advertir que le debemos a José Agustín la vigencia del concepto contracultura más allá de las descalificaciones oficialistas y pragmáticas, también la posibilidad de un debate desprejuiciado y contemporáneo ocurre gracias a la perspectiva de intemporalidad que plantea el autor de La tumba en este libro que ahora se reedita en la versión conmemorativa que aquí nos convoca. De hecho, si José Agustín no hubiera escrito este libro, el debate en torno a lo contracultural habría muerto.
Han transcurrido 20 años de La contracultura en México, su legado sigue vivito y coleando y el maestro José Agustín sí es el «cabezón» de la contracultura.
La contracultura va…
[symple_box color=»black» fade_in=»false» float=»center» text_align=»left» width=»100%»]
Este texto será incluido en el epílogo de la edición conmemorativa por los 20 años de la publicación de ‘La contracultura en México’, de próxima aparición. Lo publicamos aquí con permiso del autor.
[/symple_box]

Editor Yaconic
Revista de arte y cultura