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‘LOS PUNKS: WE ARE ALL WE HAVE’, CUANDO NETFLIX SE QUIERE PONER SUBVERSIVO
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‘LOS PUNKS: WE ARE ALL WE HAVE’, CUANDO NETFLIX SE QUIERE PONER SUBVERSIVO

YACONIC-PUNK

El pasado es un prólogo. W.S.

Por Alfredo Padilla / @_PadillaAlfredo

No veíamos el futuro a finales de los noventa. Hablo en plural solo para no sentirme aislado, pero la verdad es que me recuerdo vagando de manera solitaria de toquín en toquín en ese San Luis Potosí gobernado aún por el licenciado Horacio Sánchez Unzueta. Una ciudad en aquel entonces más retrograda que un cangrejo, pero con una primitiva escena punk.

Recuerdo a bandas locales como Sick Masturbation, Sold Out, Wanes and Waxes y Euzkazkerra. Las escuchaba primero en Zona Ecléctica: A la Izquierda del cuadrante en el 88.5 FM de Radio Universidad, donde también oía a muchas otras agrupaciones norteamericanas como 88 Fingers Louie, Operation Ivy, Pennywise, No Fun at All, Pulley, Randy, Satanic Surfers, Ten Foot Pole, Union 13 y The Vandals, entre otras. Lo reconozco: sin ese programa hubiera crecido tullido y desprovisto de música, escuchando el mismo rock rupestre de siempre, el de todos los potosinos ofendidos que nunca hicieron nada por sus oídos, simplemente se les pudrieron.

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The Casualties © Angela Boatwright.

Después de escuchar Zona Ecléctica corría a Wolf Records —la tienda de la “Abeja”— para comprarme los CD´s que había auscultado en el radio. Cabe mencionar que tuve una colección discográfica de punk californiano muy decente (Against Me!, Bad Astronaut, The Dickies, Descendents, Good Riddance, Hi-Standard, Lagwagon, Mad Caddies, Nofx, Sick Of It All, Snuff, Strung Out, Tilt…). LP´s que fueron hurtados por mis novias o que yo mismo vendía para poder salir con ellas a las Discos. ¡Malditas fresas potosinas! Tan cerca de Dulce María de Jeans y tan lejos de Fat Mike.

Por las noches me reventaba en el Metro Underground, hoyo ubicado en la calle 8 #100 de la colonia Industrial Aviación, donde vería en vivo a Union 13, la banda de hardcore punk liderada por Edward Escoto. Un lugar al que asistían los punks de la época, radicales desaforados que me cuidaban la espalda en el slam —por ser el más pequeño de todos—, personas finísimas como “El Toy”, “El Taro”, “El Wako”, “El Boiler” y “Pepe Pez”. ¿Quién diablos apodaba a esos tipos? ¿La misma entidad ficticia que le da nombre a todas las bandas punk del mundo?

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April © Angela Boatwright.

Los domingos pisteábamos en el mercado de Las Vías en Hernán Cortés, bebiendo cerveza fría en bolsa, sentados en los rieles y robando ropa de paca en los puestos de segunda mano. Así conseguíamos nuestro atuendo. Montábamos patinetas también usurpadas, y nunca aprendí a hacer otro truco a parte del Ollie y el Kickflick. No me interesaba mucho, la verdad, solo quería desplazarme en ella de un lugar a otro; en aquél entonces eso era cosa de posers, no como ahora, que los fresas se pasean en sus longboards como modelos afeminados. Así que lo dejé. Fracasé en casi todo; no veía futuro rentable, no advertía prosperidad en ninguna parte, y tampoco la quería, como decían los Eskorbuto: “El pasado ha pasado y por él nada hay que hacer, el presente es un fracaso y el futuro no se ve”.

Erraba ebrio por las plazas del Centro Histórico, donde presenciaría decenas de enfrentamientos entre punks y metaleros, como aquél en el que filerearon al Abisaid en las escalinatas del Teatro de la Paz. En aquel momento no sabía que me iba a dedicar a la “escritura”. ¡Vamos!, ni siquiera sabía lo que era ponerle una diéresis a la palabra vergüenza.

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«Pit» © Angela Boatwright.

Ahora quizá con ideas más sobrias, ropa más almidonada y unos horribles lentes de pasta en la nariz —regalo de todas las lecturas improductivas— instalo por primera vez Netflix en mi Smart TV para perder el tiempo por las noches, cuando no quieres pensar en nada y el conjunto de palabras Netflix and Chill te parece adecuado para hacer vacuo. Descubro entonces que Shakespeare se ha logrado escabullir también en la maldita televisión. ¡Está en todas las series! ¿Cómo lo logra el maldito Bardo de Avon?

Bueno, “El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos”, decía, justo en la televisión. Al escribir la palabra «PUNK» en el buscador de la plataforma de video streaming, veo que es un término que parece estar vetado del entretenimiento pequeñoburgués conformista, me doy cuenta del primer error de Netflix: no es una plataforma democrática —como todos piensan—, sino una empresa de distracción arbitraria. Veo referencias a SLC Punk! (1998), la película de James Merendino, pero solo como eso: una indicación o alusión de búsqueda —en sí solo es un señuelo—, una liga que te lleva a películas menores y cursis como Trailer park boys (2008) o Into the wild (2008) y en el mejor de todos los casos a Trainspotting (1996) de Danny Boyle, basada en la novelita del tarado de Irvine Welsh.

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CXA © Angela Boatwright.

Me conformé un par de madrugadas con documentales y cintas sobre skateboarding. Segundo error de Netflix: poner el Plan B: True (2014) de Plan B Skateboards en vez de Baker III (2005), el mejor video de skate de la historia, en donde patinan skaters como Andrew Reynolds, Dustin Dollin, Kevin “Spanky” Long y Justin “Figgy” Figueroa.

Podríamos cambiar el aforismo de Groucho Marx y decir “Encuentro a Netflix muy educativo. Cada vez que alguien lo enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”. Como el día en que me encontré con Los Punks: We Are All We Have (2016), así, campechaneado entre el español y el inglés, puesto que se trata de un documental que muestra la escena “próspera” del punk rock hispano generado en los patios traseros al sur de Los Ángeles.

Una escena alentada por jóvenes hispanoamericanos encargados de la producción, comercialización y seguridad de las bandas, al puro estilo del DIY (Do It Yourself). Un mundo lleno de jodidéz y de ruido, de familias disfuncionales y vínculos rotos, de adolescencia y responsabilidad, pero también de mucha pose y numerosa mamonería. El largometraje, dirigido por la neófita fotógrafa Ana Boatwright —directora también de campañas de publicidad para Roxy, Red Bull, Globe y obviamente Vans, productores del documental—, es una mirada eufemística de una pequeña porción de precoces entusiasmados con el movimiento del punk en California: John Alvarado, Gary Alvarez, Nacho Corrupted, April Desmadre y Alex Pedorro, quienes quedan como unos niños mimados frente a los verdaderos punks de los documentales del género hechos en México.

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Girls © Angela Boatwright.

Me refiero a trabajos como La década podrida (1985), La neta… no hay futuro (1987), Sábado de mierda (1988), La escena punk en México: una alternativa libertaria (1994) y Size: nadie puede vivir con un monstruo (2011).

Aquellos precoces angelinos se quedan desprovistos frente a la Karla (Sector Demente) o al Kostras de estos documentales; verdaderos proyectos que retrataron fielmente y desde abajo la auténtica escena punk de la zona metropolitana del Valle de México entre los ochenta y noventa, de donde proviene la sentencia: “Nosotros somos punks porque estamos renegando de todo”, no como los narcisistas y anarquistas de a mentiras retratados por la fresa de Boatwright en Los Punks. Chavitos que estudian Derecho o que se postulan para ser chefs en los restoranes más refinados de Los Ángeles, que se apartan con miedo de las drogas, el alcohol o el suicidio; que piensan en el futuro, ese del que tanto desistíamos en los noventa.

Posers que piensan en la limpieza como Amas de Casa; que desean bienestar familiar, progreso y salud; organizan pueriles toquínes de punk en los patios traseros de sus viviendas, como pasa aquí con las cutres fiestas de XV años; se excluyen en cada toma del concepto y filosofía del punk, del movimiento contracultural, la protesta y rebeldía; han adoptado una actitud fingida; han posado en un medio adecuado como lo es Netflix, el lugar de los críticos resentidos y los pseudo-intelectuales, de la policía de las series y los Chick-flicks. ¿Así pensaba acapararme la empresa de Reed Hastings y Marc Randolph? Con su permiso, yo me mudo a los libros y su polvo acumulado, donde todo es verdaderamente demócrata.

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Ya lo dijo René Schenker: “La televisión debe evitar el presentar siempre la realidad color de rosa”. Y ése es el tercer error de Netflix: hacerse pasar por subversivo cuando no logra más que mostrarse completamente dócil y presuntuoso. El punk es indefinible, es la lucha constante contra el miedo de las repercusiones sociales, contra la inopia; el punk es un reflejo de lo que significa ser humano, es nuestra habilidad para reconocernos a nosotros mismos y expresar nuestra peculiaridad genética, es la expresión personal de la singularidad que proviene de las experiencias de crecer en contacto con nuestra habilidad humana para razonar y plantear preguntas, y la televisión… la televisión es idiota per se.

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