Siempre eh pensado que la banda que usa zapatos tiene menos personalidad que los que usan tenis. No hay zapato tan famoso dentro de mis recuerdos como los Adidas azul cielo del Don de los tepaches. Muchos años fueron el objeto de deseo de mis cuates pre adolescentes, también el mío.
Casi cada tarde alrededor de las seis el Don de los tepaches pasaba por la esquina de mi casa. No habíamos visto tenis más hermosos y con tanto caché. Su silueta era perfecta con tres franjas blancas en sus costillas, unas discretas líneas naranjas que delineaban la suela.
El dueño de esas linduras era un ruco con cara de pasa que le pegaba a los ochenta. Siempre traía el mismo sombrero ranchero, una camisa blanca percudida, el cinturón abrochado en el tercer hoyo y un pantalón de vestir color café roído de hasta abajo.
Lo que había entre ellos era amor. No se separaban el uno del otro. Eran sus tepaches y sus Adidas. Nunca olvidaré a ese Don, tenía los mejores tenis (sneakers para que se escuche mamalón) que había visto hasta entonces. Para un morro de los noventa no era tan fácil conseguir Adidas viejitos.
En ese entonces la empresa quería modernizarse, se empeñó en toda la década a desechar su pasado. En 1991 Adidas decide quitar el trefoil y deja sólo su nombre. Prácticamente lo que resta de la década la marca sepulta lo que ahora llamamos Originals.
Así que el que traía unos Adidas con la florecita era muy rifado. Tenías que lanzarte al tianguis de El Chopo, La Lagu, La Raza o hasta Pericoapa para toparte ropa chida.
La mayoría de la ropa Adidas era tremendamente “moderna”, para acabarla de joder, en 1997 Adidas lanza su nuevo logo Equipmen con la intención de asociar a la empresa alemana con el deporte, no tanto a la música y los Bob Marley, Jim Morrison, Freddie Mercury o Run-DMC. Cosa que ellos (Adidas) en algún momento provocaron.
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En 2001, los listillos del equipo de marketing de Adidas crean el proyecto Adidas Originals para comercializar todo el legado cultural de la marca de las tres franjas. LLevando a todo el consumidor del nuevo milenio sus diseños vintage con visión del futuro. Aquí la razón del porqué ahora es tan fácil encontrar tiendas temáticas con estos productos, en los noventa «ni merga».
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En 94 con un incipiente TLC (Tratado de Libre Comercio) los productos comenzaban a llegar a la clase media. La banda que tenía posibilidades de viajar a Estados Unidos o Europa sin broncas traía sus garritas. Algo similar pasaba con la música, no existía un internet global y los únicos que tenía acceso a nueva música eran los weyes que se lanzaban al Gabacho.
Recuerdo que compraba la NME atrasada seis meses en el Tower Records de Revolución o en el Mixup de Galerías. Oasis ya era un fenómeno en Reino Unido cuando apenas me enteraba que existían. En ese entonces pasaba algo muy cagado, conocía bandas antes de escucharlas. Así topé a The Verve, ya me gustaba sin siquiera haber escuchado una sola rola.
En 1992 festejé a lo grande que abrieran Galerías Coapa, ya iba a poder comprar la goma de mascar de Popeye Bubble Gum, Bubble Tape o los Garfield Stripes. También estaban de moda los Nerds, Twizzlers, m & m y las Jolly Rancher (si salía el de sandía la morra que me gustaba estaba pensando en mí).
Adiós a los putos mazapanes de La Rosa, las palanquetas, las aburridas cocadas y los tamarindos. Por fin íbamos a tragar cuando quisiéramos Crunch, KitKat, Twix o unos 3 Musketeers.
Para los mortales estaba más cabrón comprar Adidas de los buenos, no esas cosas modernas. No había tantos centros comerciales. Si en Plaza Inn, Galerías Insurgentes, Perinorte o Perisur no había, ¿entonces dónde? El chiste es que era un pedo comprar Adidas de los viejitos. Ya todos traían los nuevos logos y sus diseños eran distintos.
En su momento no eran tan «cool» como veinticinco años después. Ahora están de súper moda y re fashon vestirte noventero. Pero antes no, lo chido era traer unos Beckenbauer (1982) y no unos Predator (1994).
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El Don de los tepaches me indicó el camino. No iba a usar los tenis de moda, eran una mierda. Me tocó una época jodida para los tenis, Adidas no era Adidas y Nike sólo pensaba en Jordan, Scottie Pippen, Dennis Rodman y sus putas cápsulas de aire. Lo único que nos quedaba era armarte unos Converse, comprarte un suéter y parecer un Kurt Cobain azteca.

Años después a finales de los noventa se pusieron de moda en la secundaria unos tenis bien chakas. Fueron el preludio de lo que se venía con la hermosa cultura del reggaetón y sus derivados. A “todo” mundo le mamaban esos Adidas de concha (Superstar y Adicolor). Uno de los weyes que se sentía bien verguita por traer esos tenis era el “Chester”, el wey más mamado de la secu.
Era bueno para el trompo. Una vez se armaron los madrazos afuera de la escuela. El “Chester” sin mamada saltó casi un metro y de una patada de reguilete a la Street Fighter tumbó a un wey que iba en mi salón. Puede que sea el momento más épico para muchos de los que fuimos a esa secundaria.
Recuerdo los Superstar del “Chester”, su concha me repugnaba tanto como su violencia. El otro día vi a ese wey y está bien chaparro, me dejó de dar miedo y ahora se le notan más que nunca los tres años que nos llevaba de diferencia.
Ya en la prepa muchos de mis cuates skatos usaban DC, és o Emerica, todos parecían tortas de tamal. Unas cosas horribles que se me figuraban a los cachetes de Quico, el del Chavo del 8. Había un común denominador con esos weyes que usaban DC, és o Emerica. Eran flaquitos, traían una mochila hasta arriba, gorras Element, cadenita a la cartera y uno que otro Playmobil de dije.
Nunca me gustó su puedo, pero prefería tener compas de esos, que compas con mocasines sin calcetín. Los weyes skates siempre se me hicieron bien gringos, escuchaban NOFX, The Ataris, Pennywise, MxPx. Muchos vivían en Coapa, la California chilanga. Para mí, la cuna de la civilización patineta en la Ciudad de México. Nunca quise ser uno de ellos, pero siempre envidié su jale para las morras.
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Los tenis (sneakers) siempre tendrán un toque más personal que los aburridos zapatos. Nunca me ha costado tirar a la basura unos, en cambio me he arrepentido más de una vez de no haber comprado dos pares de ese esos Lotto verdes de gamuza.
Me encantaban, no así su olor a píes. También le tengo un lugar muy especial en mi corazón para unos Samba negros hechos de nubuck que me regaló un vecino. Le mandé a cambiar la suela más de cinco veces. Eran mis tenis de la suerte hasta que un día dejaron de funcionar.
Los llevaba puestos cuando la morra norteña que me gustaba en la prepa me dijo “que no quería ser mi novia”. Nunca más fueron mis tenis de la suerte.
Pero como todo, dentro de los grandes amores el primero siempre será el primero. Iba en sexto de primaria, tenía que comprar unos tenis para deportes. El pants de colegio era azul cielo y nos pidieron que compráramos tenis completamente blancos.
Yo mamaba por unos Converse de bota. Mi jefita después del trabajo pasó por mí para comprarlos, fuimos a una zapatería en el centro de Xochimilco, muy cerca de mi casa porque no nos iba a dar tiempo y al otro día tocaba deportes.
Lleguemos a la tienda, estaban a punto de cerrar y mi mamá me dijo que me apurara a escoger mis tenis. Yo lo tenía claro, quería unos Converse blancos de bota. Ya me había visualizado con ese par, me veía bien chinguetas. Era una combinación perrona, pants azul cielo ochentero con Converse de bota blancos.

Mi jefa cansada por otro día de chamba soltó su masa corporal en los asientos. Le dije a la señorita que atendía que quería unos Converse blancos de bota. Me solicitó mi número y le dije que siete mexicano. Se tardó como diez minutos, algo andaba mal. Comencé a imaginarme lo peor. Cuando regresó traía una caja de Converse, respiré con alivio. La señorita me dijo que ya no había siete de bota, sólo en choclo. Se me vino un escalofrío y comencé a enojarme. Mi mamá con cara de “no mames” me dijo ya mídete esos. Los saqué de su caja, me los probé y no me entraban. Mi pata de tamal no ayudaba, pero como la Cenicienta me los metí a huevo. Definitivamente no me entraron, revisé la caja y era seis y medio. Esa señorita sólo me ilusionó. Le dije que si tenía otro número más grande. Son los únicos blancos que tenemos en bodega, no sé cuándo nos van a surtir de nuevo. El proveedor siempre se tarda mucho. Tenía ganas de llorar, me había hecho tantas ilusiones. Ya me hacía caminando bien perrón por el colegio.

En fondo mi jefa pensaba que era una mamada mi berrinche. Pero qué va a saber ésta ruca si nunca ha comprendido que los tenis reflejan la personalidad. Ya eran más de las nueve de la noche y la tienda tiene que cerrar. Me rodean las cuatro señoritas que atienden la zapatería. Quieren que vea como hacen sus ojos para arriba como si fueran huevos cocidos.
Mañana tiene deportes y este pinche chamaco no va a perder clases por su berrinche. Bastante hago con mandarlo a la escuela. Seguro es lo que piensa mi mamá. Se apiada de mí, se levanta y comienza a ver los aparadores de la tienda. Sigo sentado para ver si las señoritas revisan la bodega de nuevo, debe haber por ahí un Converse blanco de bota del número siete. Sólo que esas perras no me los quieren vender. Mi jefa sigue viendo los aparadores, me dice que me va comprar unos Reebok blancos que parecen de enfermero. Están bien bonitos, son para la escuela. Le digo que esos no, que parecen tortas y no tienen chiste. Que todo mundo trae esos. Mi mamá ya emputada comienza como loca a revisar los aparadores. Ya para que no esté chingando mi jefita dice que ya me va a comprar esos, mientras me pellizca el brazo izquierdo.

Estoy resignado, seré como todos. Uno más con esos Reebok que parecen tortas. En el trayecto a la caja mi mamá se detiene, le señala a la señorita que atiende y le pregunta ¿tiene esos en siete mexicano? Contesta que sí, que de hecho sólo tiene ese par del mostrador en siete y otro nueve en la bodega. Mi jefita regresa con una caja, a mí ya la neta me vale pito qué tenis sean. Me dice “mira estos, ¿no te gustan?”. Abro la caja y son unos Adidas azul marino con las tres franjas en plata. La neta es que se me hacen un poco ñeros (sé que es que estoy bien pendejo, tengo 12 años). Son de tela como brillosa y su combinación de colores no me convence tanto. La doña que me dio la vida insiste en que me los lleve. Pienso que todo es mejor que esos Reebok blancos sin personalidad. Acepto, es plan con maña. Son azules, sé que mañana me van a regresar del colegio porque dijeron que tenis blancos, no azules. Sólo es cosa de esperar. Tendremos que ir a otra día a otra tienda para comprarlos. No me importa que mis papás gasten doble sabiendo que no nos sobra el dinero. Todo sea por esos Converse blancos de bota.
Al otro día voy a la escuela y no me dicen nada en la entrada. A las maestras no les inmuta que traiga tenis azules. Eso no está bien para mi plan. A la hora de deportes le digo al pofe que si puedo tomar la clase con tenis azules. Me dice que sí. Está bien entretenido tirando rostro con una secretaría piernona. Jaime (así se llama el profe de deportes) nos pone a dar seis vueltas a la cancha de futbol. Él sigue tirando rostro. Se me hace una mamada y me salgo según al baño para perder tiempo. Voy a la cafetería, pido uno torta de salchicha con queso y un Boing de fresa. En lo que espero mi torta entra mi amor platónico (mi crush para que entiendan). Se llama Sandra, es más alta que yo. Usa una dona para el pelo, trae amarrado un suéter a la cintura, las calcetas bien arriba. Es güerita, los vellos de sus brazos son como de durazno, también sus cachetes. Soy un pervertido, lo que más me gusta de Sandra son sus dos pequeños bultos que sobresalen de su blusa. Me hago pendejo como si fuera a comprar algo más, pregunto cuánto cuestan los conejitos de chocolate sabiendo que traigo exacto para la torta y el Boing. Mi crush de la nada me dice que están bien chidos mis tenis y se va. Nunca tuve el valor de contarle lo que significaba para mí. De la nada dejó de ir a la escuela.

Esos Adidas los usé todo sexto de primaria y primero se secundaría. A medida que los veía me gustaban más. Me hacían sentir tan especial que nunca me los quitaba. La tela se rasgó, la suela estaba muy desgastada de los lados porque caminaba chueco. Me duraron muchísimo, tanto como para no olvidarlos. Los tiré sin saber cuánto los iba a extrañar. Por más que hago memoria no sé bien qué modelo son, creo que eran unos Orion de los setenta, aunque el color exacto son de los New York azul marino con plata. Esos tenis eran mi destino, llegaron a una zapatería donde sólo conocían Panam.
El amor es como mis primeros Adidas, te llega de golpe sin esperarlo. Cuando empiezas a observar con detenimiento estás atrapado. Aceptas su forma, su color. El amor no es como lo queremos, es cómo se manifiesta. El amor está ahí, sólo hay que darle tiempo. Nunca compré los Converse blancos de bota, son tan aburridos, prefiero mis Adidas azul con plata.


Adán Ramírez
Sweet and Tender Hooligan!