Valentina es una mujer que llama la atención. En los recientes años su cuerpo ha experimentado transformaciones drásticas. Fruto del esfuerzo físico, un estricto régimen dietético y el uso de sustancias anabólicas. Es uno de los seres humanos más fuertes que conozco.
Sus músculos muestran una definición y volumen que supera al de la mayoría de las personas con las que trato. Aunque, no se me malentienda: Valentina aún no ha llevado su hipertrofia muscular a niveles masivos. Y yo convivo con muchas personas flácidas, ya sea que estén obesas o raquíticas.
Supongo que ella también conoce a algunas de éstas, pues durante años compartimos aulas, jardines y pasillos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ahí estudió la licenciatura y la maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información; cursa actualmente el doctorado en la misma especialidad, e imparte clases.
Su padre, madre y hermana también son académicos. El primero es aficionado al deporte e incluso ha escrito ensayos sobre el tema. Ella y él rompen el estereotipo del investigador que —como apuntara Ken Robinson en una famosa charla en TED— solo usa su cuerpo para transportar su cabeza.
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Nos vemos afuera de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria durante uno de los días más fríos del comienzo de 2016 para concretar nuestra primera entrevista. En realidad platicamos dos veces, pero durante la primera ocasión no tomé notas ni prendí la grabadora. Me respondió además un cuestionario por correo electrónico.
Valentina va vestida con un grueso abrigo, por lo que casi no puedo apreciar su fortaleza física; no obstante, la tengo muy presente pues un día antes había estado revisando (cual stalker) aquellas fotografías de su Facebook en las que aparece compitiendo. Empiezo por preguntarle lo obvio. Sus motivaciones.
—Mi primera motivación fue no sentirme vulnerable ante los peligros de la calle. Siempre hice mucho deporte; sin embargo, no se notaba y eso me hacía sentir vulnerable. Porque me molestaban mucho; me acosaban mucho cuando era más joven. Yo era muy flaquita y tenía mi pelito largo y pelirrojo. Entonces, más de una vez me pasaron cosas feas.
Valentina me narra una de estas experiencias. Un sábado caminaba a su casa después de la universidad. Cerca del metro Copilco un tipo se le acerca y le estampa la mano en la nalga. Ella, aunque sabiéndose menuda, le asesta un golpe en la nariz que hace que el imbécil sangre.
Espantado, éste sale huyendo mientras le grita que está loca y ella —¿por qué no?— corre tras él. Cuando lo alcanza lo derriba y comienza a patearlo. Valentina era ya para ese entonces una alumna avanzada de kick boxing y karate, deportes en los que llegó a ser cinta negra. También había practicado boxeo. No obstante seguía viéndose graciosa e inofensiva.
—Cuando eres muy delgada y te ves como niñita la gente cree que tiene derechos sobre ti y sobre tu cuerpo; derechos sobre tus decisiones —reflexiona—. Vas al banco a hacer un trámite ya siendo mayor de edad y no te hacen caso. Porque te infantilizan. Todo el mundo lo hace. Dudan de tus capacidades. Entonces, lo primero que me motivó fue eso, estaba cansada de que me vieran de esa manera.
Valentina decidió convertirse en una mujer capaz de intimidar. A pesar de que había hecho deporte desde los catorce años, el proceso no fue nada sencillo. Su primer mentor le indicó que debía dejar de ser vegetariana para empezar a ganar peso.
Algo que, combinado con rutinas de entrenamiento, garantizaría que el peso se repartiera de manera uniforme. Valentina se tomó muy en serio su proyecto de ponerse grande y fuerte, al grado de que eventualmente empezó a inyectarse derivados de la testosterona. Los cambios no se hicieron esperar. Recuerdo que por aquellas fechas yo fui uno de los que le preguntó por qué siempre estaba enferma de la garganta.
Su voz era otra.
Los esteroides anabólicos suelen tener, en mayor o menor medida, marcados efectos secundarios de tipo androgénico en las mujeres. Disminución del tamaño de los senos, ausencia de menstruación, crecimiento de vello en la cara y la espalda, alargamiento del clítoris, acné y engrosamiento de la voz.
Empero, sus partidarios aseguran que la mayoría son reversibles o por lo menos controlables, si se combinan con una buena alimentación, proteínas, vitaminas y mucho entrenamiento. No tengo suficientes elementos para negarlo. Ni para creerlo. Valentina me dice con toda sinceridad que considera que no ha descansado lo suficiente de los esteroides. Le pregunto el porqué.
—Yo creo que porque me gusta —dice—. La testosterona te da algo que el estrógeno no: mucha autoconfianza. Y para alguien como yo que tiene la autoestima bajita, hace que veas el mundo de manera muy diferente. Me deprimo mucho menos. Me siento más productiva.
Soy mucho más activa. Y hay cosas que yo pensaba que no eran ciertas; pero, por ejemplo, este sentimiento de “me vale madres”, eso que les pasa a los hombres, me pasa a mí. Hay muchas cosas que antes me hubieran hecho enojar, o ponerme triste, o llorar, y ahora es como si me hubiera desensibilizado. Y eso me cayó muy bien, porque era una persona hipersensible. Todo me dolía. Suena horrible pero es la verdad.
Pienso en sus palabras. Concluyo que no soy quién para juzgar las adicciones ajenas. Pero me surge una duda. ¿Cuáles son los límites?
—Realmente no tienes un límite cuando haces esto. Eso es un problema. Bueno, no sé si sea un problema. En realidad creo que está bien. Porque si tuvieras un límite serías muy mediocre. Toda esta semana que no entrené me sentí súper miserable. Una vez que estás entrenando te das cuenta que no es algo que quieres dejar de hacer. No el entrenar, sino en general todo el estilo de vida. No hay un límite.
Por eso las mujeres pueden llegar a crecer tanto y los hombres también pueden llegar a crecer tanto. Tal vez el límite que de pronto tu cuerpo te ponga, pero hasta eso es relativo ya que haciendo los cambios adecuados siempre se puede llegar a más.
Conforme la charla avanza confirmo algo que ya había notado la primera vez que platicamos sobre el tema. Antes que perseguir un arquetipo determinado de perfección,Valentina está construyéndose y conociéndose a sí misma; tomando el control de su cuerpo de una manera radical y quizá extrema.
El principal argumento de quienes reprueban su actuar suele ser el mismo que se le aplica a cualquiera que, en las situaciones más variadas, ejerce la soberanía sobre sus células: “No es natural”. Es lo que te dice la gente cuando, por ejemplo, te tatúas, te perforas, tomas drogas recreativas, follas con personas de tu mismo sexo. O abortas.
Valentina procura tomarse las miradas y los murmullos con buen humor. Aunque admite que sí le preocupa que se pueda llegar a cuestionar su capacidad intelectual en su trabajo como académica. Y es que hasta sus oídos han llegado rumores en los que básicamente se le califica como una persona superficial.
Valentina acepta que lo que hace es una suerte de culto al cuerpo, pero no en un sentido que apunte hacia lo banal. “Yo no lo hago como un culto a mí”. Hablamos entonces sobre los cambios que ha notado y sobre si cree que ha logrado sus objetivos.
—Me siento mucho más segura. Si ando sola en la calle me siento mucho más segura. Y es gracioso porque me siento mucho menos sola. Uno hace muchas cosas para protegerse de la soledad.
Por ejemplo: cargas un libro, cargas audífonos, si te sientas a esperar a alguien ves el teléfono. No estamos hechos para la contemplación, porque la contemplación te hace darte cuenta que estás solo. Y yo ahora por ejemplo puedo salir sin un libro y sentarme así, a contemplar.
En muchos aspectos, creo que el proyecto que ha emprendido esta mujer apunta hacia la reconquista de espacios que van desde lo más íntimo y privado —léase, su propio cuerpo— hasta lo público. En este sentido, le pregunto si siente que está haciendo una crítica al rol de género que tradicionalmente se impone a las mujeres. Ese que dicta que, entre otros absurdos, la fortaleza física es un privilegio masculino.
—Si tú no criticas ese rol de ninguna manera puedes dedicarte a esto. Y puede ser que muchas mujeres que se dedican a esto no critiquen el rol conscientemente, pero igual lo están haciendo porque tienes que enfrentarte a todo un sistema de creencias y valores para dedicarte a esto. Tiene que existir esa crítica porque si no, no puedes hacerlo.
Aunque no te lo plantees como tal. Todos nosotros vamos encajando en ciertos estereotipos de género de diferentes maneras. Y vamos reproduciendo además relaciones de dominio y de poder de diferentes formas. Todos.
—Creo que —agrega Valentina— lo que nos toca es por lo menos darnos cuenta de cómo es que lo estamos haciendo.

Romeo LopCam
Estudió la licenciatura en Estudios Latinoamericanos en la UNAM. Colaborador de varios medios libres, ha tratado de cambiar la realidad sin mucha suerte. A pesar de lo anterior odia a los hippies y la trova. Ha trabajado como redactor, editor y administrador web en lugares donde le pagaban bien pero le chupaban la vida. Ahora es freelance, o lo que es lo mismo, un vago.