Marco A. Carranza Ríos
¿Hay cosas más importantes que estar vivo? Sí. Quizá una de ellas es vivir de la manera en que uno quiere vivir. Esa fue la premisa vital de Emmett Grogan (1942-1978), uno de los líderes políticos y de la contracultura norteamericana del final de los sesenta.
Nacido en Brooklyn en 1942, Emmett Grogan creció entre pandillas, heroína y delincuencia. Fue ladrón de joyas y perseguido por la mafia hasta Europa. En 1965 se estableció en San Francisco, donde fue el líder y fundador de los Diggers, grupo contracultural icónico del Verano del Amor en el barrio Haight-Ashbury. Los Diggers se dedicaron al teatro callejero, la acción directa y la distribución de comida gratuita.
Abrir su autobiografía, Ringolevio. Una vida vivida a tumba abierta (Pepitas de Calabaza, 2017), es adentrarse en una historia dura, de peligro; beberse un relato de una vida en la experiencia más plena, que hace al lector casi testigo presencial del descontento social originado por los desajustes del American way of life y de la emergencia de la contracultura norteamericana.

Su obra sacude los fundamentos de la meritocracia, esa cultura desde la que se ha tratado de cimentar la quintaesencia de la modernidad: la idea de progreso. La sacudida es una afrenta contra valores de los que casi todos somos cómplices, que tenemos arraigados hasta el tuétano y llevamos a cabo con la mayor naturalidad.
Quizá por esto último Grogan escribió su propia historia en tercera persona. Porque sabía que lo que quería plasmar en Ringolevio no era la vida del Grogan de carne y hueso —mortal contradictorio, cómplice de las perversidades de sus autocomplacencias—, sino la del mito underground del que ni siquiera se tenía certeza de que fuera una persona real, y del que él fue tan solo el homónimo que lo personificó cuando fue necesario. La historia de una de sus propias sombras.
Peter Coyote, uno de sus amigos entrañables, advierte en la introducción de Ringolevio: “No puedo explicaros quién era Emmett, y este libro tampoco lo hará. Es como él: parte real, parte ficción, mucha angustia y humor, mucha clarividencia y algunas bobadas”.
Mis necios intentos por perseguir sus fantasmas me llevaron a vericuetos etimológicos. Grogan no creía en el pacifismo y, ¿quién en su sano juicio podría no desear la paz? Así fue como descubrí que la palabra “violento”, con raíz indoeuropea (wei-: fuerza vital; poder), designa al “que actúa con poder” o aquél que “está lleno de fuerza vital”; mientras que “paz” (pax) refiere a la estabilidad política alcanzada por medio de la ocupación militar en los tiempos del Imperio Romano.
Ringolevio es una historia contra estos tiempos de conformismo político. Quizá por ello, en nombre de la paz y en contra de la violencia, apareció recortado en el México de la Guerra Sucia de los setenta y en la España del Franquismo ni siquiera vio la luz debido a la censura.
Es un acto de violencia. Un llamado que nos recuerda que en la vida se hace política desde el nacer y, como en cualquier juego, se arriesga hasta el final. Vivir como uno quiere, abrazar la condición fugaz, asumir la vulnerabilidad. ¿Podemos mantenernos ahí, como Emmett Grogan?

Editor Yaconic
Revista de arte y cultura