LAS RÉPLICAS ME RECUERDAN EL TERREMOTO DEL 19s
CRÓNICA

LAS RÉPLICAS ME RECUERDAN EL TERREMOTO DEL 19s

“¿Por qué Dios nos manda tantas réplicas, pues?”, se pregunta una señora de más de sesenta años, con un acento del sur de Juchitán. “¿Acaso fue tan grande nuestro pecado como para que nos mande tantas réplicas?”, vuelve a indagar y yo no tengo respuesta para ella.

“Ya hemos pedido perdón y nada que paran los temblores. ¿Hasta cuándo estaremos así?”, llora y siento que espera algunas palabras de mi parte. “No creo que sea pronto, señora”, le digo y su llanto aumenta. La abrazo y justo en ese momento el mundo comienza a moverse.

Suman más de tres mil réplicas desde el día del terremoto en Juchitán: unas más fuertes que otras. Las réplicas les rondan el cuerpo, cuando pasa cualquier camión o trailer y se mueve un poco la Tierra la gente grita en zapoteco “Está temblando, corran, está temblando otra vez”. Entre tanto escombro y miedo no se sabe hacia dónde hacerse, pero hay que correr hacia alguna parte.

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Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

He sentido al menos diez movimientos irregulares del planeta en esta región, los he contado, he registrado el lugar y la hora: “Campamento Esquipulas, réplica (14:15.): Las mujeres comienzan a rezar y los hombres resguardan a los niños”; “Ixtaltepec, réplica (9:20): El carro se movía de un lugar a otro y por un instante pensé en bajarme”; “Campamento Ignacio Nicolás, réplica (15:38): La gente gritó que estaba temblando. Busqué la calle Libertad para resguardarme, para cuando llegué dijeron que ya había pasado”.

Y así sigue el registro en mi bitácora. Cada una de las réplicas son aterradoras por el mismo movimiento, pero sobre todo por la forma en que la gente las experimenta. Hablo de los rezos al unísono, de los gritos de perdón y piedad, de los rostros desencajados, de los llantos que se escuchan a la distancia. Las réplicas van minando las esperanzas de los juchitecos día con día.

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Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

“¿Y por qué es que hay tantas réplicas, pues? ¿Qué no ya tembló?”, vuelvo a escuchar. “Sucede que la Tierra se sale de su lugar y tiene que volver a acomodarse, y cuando hace eso pues vuelve a temblar, pero menos fuerte”, trato de ser esquemático con las manos en mi explicación.

“Pero espanta igual, xha”, dice sonriendo y eso me alegra un poco. “La señal de que Dios ya nos perdonó va a ser cuando un día ya no haya réplicas”, externa mirando hacia el cielo. Eso no ha sucedido, por día se registra una cantidad sorprendente de movimientos telúricos en todo el Istmo.

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Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Un biólogo de Tehuantepec me dice lo que piensa: “Yo creo que esto le está pasando a Juchitán porque se ha portado muy mal. Se ha vuelto una ciudad con mucha inseguridad, con mucha injusticia, con mucha gente que le hace mal a los inocentes”. No le respondo nada cuando me pregunta lo que opino. Unos minutos después anuncian por Facebook que hubo otra réplica, pero no la sentí.

Nadie de los que estaba conmigo en ese momento tuvo consciencia de ella. “¿Sentiste el temblor?”, me preguntó Claribeth, la hermana de mi amigo poeta Nelson Guerra, en cuanto me miró llegar al centro de distribución de insumos de las cocinas comunitarias promovidas por el pintor Francisco Toledo, allá en la Séptima sección.

Le respondo que no y ella se sorprende porque se supone que fue muy fuerte y no pudo haber pasado desapercibido por nosotros.

Que la Tierra se mueva no es nada agradable, pero que diariamente suceda después del terremoto más poderoso de los últimos cien años multiplica el miedo.

En los campamentos donde se establecieron las cocinas comunitarias la gente se queda a dormir en las calles por dos razones: una porque sus casas ya no existen y dos porque una réplica puede pillarlos en plena madrugada y eso les da un pavor que describen con un

“Ni Dios lo quiera, no quiero vivir otra vez un temblor dentro de mi casa”.

Y es que el mundo se mueve en las mañanas, en las tardes, en las noches y en las madrugadas. No hay escapatoria y el único lugar seguro parece ser la intemperie.

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Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Pero en las noches y hasta la madrugada las calles se vuelven inseguras, los ladrones toman por asalto los campamentos y se llevan los víveres o les quitan a los damnificados las pocas pertenencias que lograron rescatar de sus casas colapsadas.

Ante esto se hacen guardias nocturnas portando armas de fuego, navajas, piedras, palos y machetes. “Que se asomen si son tan chingones”, dice un chico que no pasa de los doce años.

“¿Y esos ingratos no saben que estamos sufriendo?”, me pregunta la señora de más de sesenta años. “No”, le digo, “creo que no son buenas personas”, agrego y ella afirma con la cabeza.

“Ni adentro ni afuera de la casa estamos seguros”, dice decepcionada. “Y luego que por aquí no llega la ayuda que está mandando la presidenta Gloria Sánchez”, reclamó.

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Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Hasta el momento que escribo esta crónica se han instalado treinta cocinas comunitarias y se abastecen de insumos cada tres días.

La gente come gratis. Trabajé directamente con el equipo de Francisco Toledo en Juchitán durante una semana y en ese tiempo pude ver el gran esfuerzo físico y emocional que esto implica: identificar los lugares estratégicos, explicarles en qué consiste cocinar en colectivo, advertirles que el protagonismo político no es el objetivo de la ayuda brindada (eso causa una sospecha en los damnificados), que ninguno de los que estábamos ahí era el responsable de financiar las cocinas: “Nosotros únicamente estamos haciéndoles llegar la ayuda que Ta’ Chico les está enviando desde Oaxaca”, externó Nelson Guerra en su lengua madre.

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Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Caminando sobre el Callejón del Encanto hacia el sur de Juchitán para repartir algunos víveres a las familias afectadas, nos tocó otra réplica. La gente que por ahí andaba se detuvo, esperó a que la Tierra dejara de moverse, y cuando eso sucedió retomó su andar. Era como si el mundo se hubiera detenido un instante, aunque en realidad se había movido.

Aquello se está volviendo algo cotidiano, algo que será parte de sus vidas sin saber cómo hacerle frente más que aceptándolo hasta que un día definitivamente se vaya, mientras tanto les toca acomodarse al movimiento interminable. Nosotros, en la repartición de víveres hicimos exactamente lo mismo que el resto de la gente: “Una réplica”, dijo uno de nosotros. “Así es”, lo secundé. Después seguimos con la tarea que nos habían encomendado.

Las réplicas se están convirtiendo en el recordatorio de lo que sucedió aquella fatídica noche del 7 de septiembre. No nos dejan olvidar que lo peor ha pasado porque algunos creen que en realidad lo peor está por venir, al menos así lo anuncian en Facebook. Un mototaxista me dijo “Ahora hay que esperar el que viene para el 25”. “¿A qué te refieres?”, le pregunto desde la parte posterior de la unidad.

“Pues en el Facebook dicen que el 25 de septiembre va a venir una réplica de la misma magnitud que el terremoto”, me explica, al parecer resignado por el ineludible hecho. Y este rumor se está propagando a una velocidad virtual acelerada, y nadie lo detiene, así se alimenta a cada minuto, en cada celular, en cada juchiteco que comparte la información.

Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Después de las nueve de la noche se cierra el paso a cualquier carro, mototaxi o motocicleta. Incluso a cualquier extraño a la cuadra que ronde a pie por ahí. Usan los mismos materiales que antes sostuvieron erguida una casa colapsada para tapar el camino. Palos y machetes en mano, silbatos agudos en la boca, pistola al cincho y lámparas de alto alcance para anunciarle al campamento más próximo que todo está en orden. “Ey, levántense, ya les toca el relevo”, dice uno de los que hace guardia.

“Ese es mi yerno”, señala al que no termina de despabilarse y toma su puesto de centinela; aparece con un arma de fuego en la mano derecha y revisa que esté cargada, luego se lo enfunda en la cintura. “Ese otro flaquito es mi sobrino. Está chico todavía, pero quiere hacer guardia”, me explica. “La cosa es que estemos al tiro, porque si nos apendejamos vienen y nos chingan”, mientras dice esto no me mira, lo noto extraviado.

“Luego las pinches réplicas que no paran”, se queja y cuando le pregunto si las cosas serían diferentes sin las réplicas me responde que sí, “porque cuando llueve en las noches nadie duerme, ahí estamos pegados a la pared sobre las banquetas para no mojarnos. Luego los niños se están enfermando y no hay medicinas para ellos”, su mirada se vuelve más huraña que al principio, me despido y me voy.

juchitan de noche
Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

“Gracias a Dios hoy no ha habido réplicas”, dice una señora que su casa no tuvo mayores daños, pero de cualquier forma prefiere dormir en la calle con el resto de los vecinos que se quedaron sin hogar. De pronto la Tierra empieza a moverse y pide perdón por lo que acaba de decir unos segundos atrás: “Padre mío, perdona mis palabras.

Que se haga tu voluntad, Dios mío”, dice y junto a otras personas nos resguardamos en la mitad de la calle Francisco I. Madero. Ahí parece que estamos seguros. Es un movimiento fuerte, pero se detiene de inmediato. Algunos niños comienzan a llorar y las madres los abrazan y les dicen que ya ha pasado, que todo está bien.

derrumbe en hotel de juchitan
Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Me recuesto sobre una hamaca y comienzo a sentir un cansancio extremo, miro mi reloj de pulsera y casi son las dos de la madrugada. El día ha sido muy largo y decido quitarme las Trotadoras –quiero decir mis botas que ya están dando las últimas batallas–.

Me prohibo cerrar los ojos y prefiero revisar el Facebook: nueva réplica y al parecer no la sentí. Cabeceo y en esos momentos temo que la Tierra moviéndose me sorprenda inconsciente. A la mañana siguiente lo primero que me preguntan es “¿sentiste la réplica en la madrugada?”, les digo que no y sin más inicio mi nuevo recorrido por las calles de Juchitán.

Derrumbe en juchitán
JFotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo
Fotos: Jalil Olmedo /@jalilolmedo

Por: Afonso Brevedades / @A_Brevedades


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