Por Antonio Quintanar / @JosQuintanar1
Corría 1969 cuando Mario Puzo (1920-1999) le ofreció al mundo The Godfather: una novela que implacablemente se apoderaría del género criminal para transportarlo hacia nuevas y esplendorosas magnitudes.
The Godfather fue una oportuna linterna que arrojó nueva luz sobre conceptos y prácticas hamponas. Durante años, éstas habían evolucionado de forma clandestina en los subsuelos de la sociedad occidental.

Es sabido que las narraciones de tintes gansteriles suelen distinguirse como auténticas escafandras diseñadas para sumergirnos en los turbios ambientes del crimen; sin embargo, la obra de Puzo radicalizó enormemente este concepto al fungir como un drama hiperrealista que denunciaba algunos de los rituales preferidos de la mafia italoamericana.
La misma noción que he planteado antes se globalizaría considerablemente gracias a la adaptación fílmica emprendida en 1972 por un inspirado Francis Ford Coppola, decidido a reinventar los aspectos más propositivos de la filmografía de gángsters.
Sería el incomparable Marlon Brando (1924-2004) el encargado de prestarle substancia y voz al protagonista, Vito Corleone, que permanece como referente por excelencia de aquellos rasgos semióticos propios del “mafioso clásico”. A pesar de que existe toda una tradición de personajes fílmicos que han hecho de la figura del criminal un auténtico cúmulo de preceptos románticos y existenciales (Tony Montana, Marsellus Wallace, Jimmy Conway), no cabe duda que Corleone, con su taciturna e imponente aura, será por siempre el ícono más intrigante de la cultura criminal de siglo XX. Asunto que se debe, en gran medida, a la codificación absolutamente veraz que Puzo imprimió en el personaje y en el resto de sus vástagos.
Con el fin de darle realismo palpable a la personalidad de Vito Corleone, Puzo se inspiró en algunos jefes de la mafia de la vida real: Frank Costello, Carlo Gambino y Vito Genovese. Esa tendencia propiciaría que la Cosa Nostra (epíteto que durante décadas nos ha servido para englobar a ese fenómeno al que llamamos mafia italoestadounidense) quedara desnuda en sus protocolos y usanzas más características.

A lo largo de The Godfather Puzo se da a la labor de representar ficcionalmente una serie de circunstancias que tuvieron repercusión en el mundo de la delincuencia organizada del siglo XX.
Es así como nos encontramos con personajes como el cantante Johnny Fontane, estrella musical que a todas luces funge como un retrato del gran Frank Sinatra. La fugaz aparición de este personaje (en la novela tiene una participación mayor) fue más que suficiente para que toda una generación de receptores abriera los ojos ante un fenómeno que evolucionaba, tras bambalinas, en un Hollywood cada vez más decadente e ilegítimo.
Inclusive, durante esa época, se propagaron algunos rumores sobre la conexión de Sinatra con la mafia. El cantante habría recurrido a ésta con el fin de librarse de un contrato que le impedía avanzar artísticamente. Misma anécdota que, adaptada al formato fílmico, daría pie a una de las secuencias más escalofriantes en la historia del séptimo arte.
Por otro lado, personajes icónicos como Luca Brasi, Hyman Roth y Moe Greene estuvieron inspirados en prominentes mafiosos como Albert Anastasia, Meyer Lansky y Benjamin Siegel, respectivamente.

PARALELISMOS Y REFERENCIAS
Una de las escenas más emblemáticas de la primera entrega de The Godfather es esa en la que un apacible Michael Corleone bautiza a su sobrino mientras que sus hombres desatan una cruenta ola de violencia por todo Estados Unidos. La increíble secuencia, que parece sacada de los experimentos más imaginativos del género criminal, fue inspirada por un evento verídico y ampliamente documentado, ocurrido en 1931: la infamemente nombrada Noche de las Vísperas Sicilianas, en la que el capo Lucky Luciano exterminó de manera despiadada y precisa a todos sus enemigos.
No es un gran secreto que Puzo se apoyó ampliamente en la vida de Luciano al momento de reunir la serie de eventos que darían forma a la historia de Michael Corleone. Lucky representó el rejuvenecimiento del hampa italiana. Salvatore Lucania, como en realidad se llamaba, nació en 1897 y arribó a Nueva York con su padre en 1903. A los pocos años ya era un gangster que se movía entre el robo, el reformatorio y la venta de drogas. Luciano atravesó la prohibición del alcohol importando whisky, controlando el juego y haciendo millones con la prostitución.
Este poderoso personaje, el «rey del crimen», que en 1930 ya era el capo di tutti i capi, propuso implementar nuevos métodos operatorios que incluían reducir al mínimo el uso de la violencia y absorber empresas legítimas con el fin de que su organización gozara de cierta inmunidad.

Otro aspecto que vale la pena destacar es que, al igual que Michael Corleone, Luciano se enamoró de una mujer siciliana durante su exilio en Italia. Idilio que concluyó con la violenta muerte de la muchacha durante un atentado.
Independientemente de los paralelismos y referencias históricas que pululan entre los personajes de The Godfather, no cabe duda de que uno de los logros más arriesgados y evidentes de la cinta es ese bosquejo que propone acerca de las distintas tradiciones y protocolos de la mafia. Tal es el caso de la figura del consigliere: pilar encargado de velar por los intereses de la familia a través de consejos y avisos que demandan enorme inteligencia estratégica. El consigliere tiene la obligación de ser la mano derecha del jefe, representándolo en reuniones importantes y brindando su opinión inmediata con respecto a movimientos trascendentales.

En la película de Ford Coppola, los procesos semánticos de este órgano recaen en Tom Hagen, frío y calculador personaje interpretado por un incomparable Robert Duvall.
La presencia de este ente, que nos remite a algunas de las tradiciones feudales más arraigadas de Sicilia, nos deja percibir un ánimo cuasi místico en el que persisten ciertos rituales inviolables.
La familia Corleone es un linaje que se nos antoja excesivamente entrañable debido a los lazos y afectos que persisten en éste; emociones que crecen de forma paralela junto con las obligaciones y rigores propios del mundo del hampa.
Los criminales que la integran ostentan más un ánimo de deber estoico y filial que alguna clase de legítima pretensión glamorosa.
Al igual que en las jerarquías monárquicas, los sucesores de Don Corleone (Sony, Fredo y Michael) deben de cargar con una obligación hereditaria, que los obliga a ponerse en contacto con sus respectivas flaquezas. Misma noción que, a pesar de los esfuerzos individuales, deja en claro que ninguno de ellos es digno de tomar la batuta del padre.
LA NOVELA DE APRENDIZAJE
The Godfather podría funcionar fácilmente como una extrapolación filmográfica de la llamada “novela de aprendizaje”, género literario que se caracteriza por documentar la evolución de su personaje principal.
Por supuesto, la relevancia de dicho experimento recae en el enigmático e impredecible Michael Corleone. Este personaje se nos presenta durante una muy temprana etapa de “inocencia” que contrasta irreductiblemente con el hombre en el que se convertirá.
Durante la primera media hora de la película, Michael es un joven héroe de guerra quien se contenta con mantenerse al margen de las actividades ilícitas de su familia. Sin embargo, los apegos filiales y fraternales obligarán al más joven de los Corleone a hacerse cargo de las riendas del “negocio” familiar.
Conforme este deber gana terreno en su vida, le vemos adquirir distintas aptitudes que lo transforman en un regente absolutamente sobrio y calculador.

Este fenómeno encuentra el punto climático cuando este joven Padrino se ve forzado a ordenar la muerte de Fredo, su hermano, después de que éste lo traiciona de forma infructuosa. Una decisión que, más adelante, en la conclusión de la trilogía, se verá traducida en una serie de culpas y condenas verdaderamente insoportables.
En su Decálogo de los Deberes y Obligaciones del Buen Mafioso, Salvatore Lo Piccolo (uno de los últimos grandes cabecillas del hampa italiana) asegura que no existe cosa más importante para un gánster que la fidelidad.
Cualquier individuo que ose faltar a este mandamiento debe de ser exterminado a la brevedad posible; ya que los traidores quedan automáticamente excomulgados de cualquier tipo de lazo familiar.
Michael Corleone se vuelve la víctima de su deber: un antihéroe trágico que acepta sus obligaciones a pesar del desosiego que éstas le causarán en un futuro próximo. El honor lo transforma en una representación fidedigna de ese cúmulo de valores que deben de ser consustanciales en un líder hampón de la vida real.

The Godfather es una clara muestra de cómo la ficción es capaz de sumergirnos en los aspectos más veraces y recónditos de la civilización humana. Este fenómeno va desde los rasgos psicológicos propios de individuos específicos, hasta protocolos subterráneos que se observan retratados de manera documentalista y estremecedora.
No cabe duda de que la civilización occidental nunca volvió a ser la misma después de que Mario Puzo y Francis Ford Coppola develaran aquellos avasalladores fenómenos que persisten, impunemente en sus entrañas. Misma noción que, en nuestro papel de espectadores, nos obliga a cuestionarnos que otros portentos insólitos se esconden en la homogénea fachada de nuestra cotidianeidad.

Editor Yaconic
Revista de arte y cultura