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TRAINSPOTTING 2. LOS CULEROS TAMBIÉN TIENEN FUTURO
CINE

TRAINSPOTTING 2. LOS CULEROS TAMBIÉN TIENEN FUTURO

Por Alejandro González Castillo / @soypopesponja

Era domingo, anochecía y encontré que la mejor forma de acabar con el día era entrando al cine. No estaba excitado con la idea ni llevaba meses esperando el momento. Y no, no escribo esto con tal de hacerme el interesante. Simple: el acto no me alteraba el pulso, la pura verdad. Meses antes de llegar esa tarde a la sala, tuve la ocurrencia de ver el primer episodio del filme de Danny Boyle de nueva cuenta —sí, exactamente veinte años después de haberlo hecho por primera vez— y, bueno, he de confesar me quedé dormido frente al televisor.

Es duro toparse con viejos camaradas. Esos que un día desparecieron de tu vida para ausentarse por años. Tenerlos ahí, cara a cara, es rudo. Y, lo peor, que esto suceda con un funeral, una cerveza tibia o un préstamo como pretextos. A todos nos ha pasado. Hallarnos a tipos a quienes, apenas les soltamos la mano tras el saludo, barremos descaradamente, checando la ropa que visten, cuánto se les ha abultado la barriga y la papada; verificando qué tan hondo han llegado sus arrugas.

trainspotting 2
T2: Trainspotting

Aquellos que nos hacen considerar, mientras cuentan apesadumbrados que se casaron y tuvieron hijos para irse a vivir con su suegra (sí, en el mismo barrio de toda la vida), que quizá tengan más canas que nosotros. Sí, los sujetos que nos obligan a preguntarnos, al tiempo que explican sonrientes que fincaron un negocio ganador y que se dan sus lujos, por qué nosotros aun conservamos el miserable estilo de vida de antaño.

Pese a lo arriesgado que resultan los reencuentros, Trainspotting 2 se asoma como una buena película. Sin duda. Pero no hay que titubear: su cañón está lejos de ostentar el calibre de la primera. Vaya, que Renton, Sick Boy, Spud y Begbie dejaron la vara muy alta hace dos décadas.

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En su regreso, la pandilla recurre de nueva cuenta al vértigo y a la tensión; protagoniza vueltas bien apretadas de tuerca a un relato que, aunque echa mano de la nostalgia, se pone al día con solvencia para que el asunto prometa: Sick Boy firma la paz con Renton, ayudado de una jeringa; Spud juega a ser literato mientras Begbie alista los puños de nuevo. Los culeros, los bandidos, se asoman a ese futuro que les parecía negado. Y lo hacen para descubrir que sus corazones, tal como sus respectivos cueros cabelludos y sus penes, se han debilitado más de lo esperado.

En algún punto del filme, Renton regresa a su vieja habitación tapizada con trenes a revisar sus discos. Al poner la aguja sobre el surco que aloja “Lust for life”, un temblor de tetas lo hace evitar la voz de Iggy Pop. Ponerle mute al soundtrack, silenciar estratégicamente las bocinas, representa la movida magistral de Boyle e Irvine Welsh esta vez. La secuencia resulta escalofriante. A su lado es nada que la mentada Diane reaparezca, ya insípida. O que un nuevo personaje, una joven prostituta estafadora, acabe encamándose con el socio de su padrote.

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No: temerle a una canción, echarse a correr cuando ésta amenaza con sonar a sabiendas de que puede desatar daños catastróficos, es algo para considerarse (y más si se recuerda que acá la banda sonora del primer episodio de la cinta goza de una reputación envidiable). Se declara así que el tiempo posee un trote miserable, que no importa el crápula que se le pare enfrente, inevitablemente terminará rendido ante su influjo.

A estas alturas son pocos los que no han visto Trainspotting 2. Seguramente la versión pirata ya ronda por las calles y acaso los millennials aún mantienen su distancia (algo entendible; de momento están muy ocupados besándole los pies a Kendrick Lamar). Sin embargo si usted, lector que con alarma nota cómo el número cincuenta se le viene encima, aún no ha visto Trainspotting 2, hágalo pronto. Sin miedo y también sin antes repasar su respectiva precuela.

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En frío, permita que ese viejo camarada le cuente cómo le ha ido últimamente. Escúchelo y luego lárguese del cine. Miéntele la madre a Boyle, dirija la película de su vida: saque su cel., dele clic a esa composición que Iggy Pop editó hace cuarenta años y que Renton no quiso atender. Jódase los oídos, suba el volumen y baile sin descanso antes de que los créditos corran o, peor aún, los espectadores que tienen esperanzas de que mejore el guión que usted improvisa a diario, se queden dormidos, roncando frente a la pantalla.

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