Hojas Negras
Por Iliana Pichardo / @muselinaltazor
“Hojas negras, hojas negras están cayendo…” La voz áspera de Patti Smith resuena en el Festival de la Porta Ferrada de Sant Feliu de Guixols en España (2010). A su lado un joven toca la guitarra, su nombre es Lautaro Bolaño. El joven, con una melena a lo Hendrix, mueve los dedos a través de las cuerdas. Patti Smith, quien recibiría el National Book Award el mismo año, canta esta letra que dedica a Alexandra y a Lautaro, hijos del escritor chileno Roberto Bolaño, a quien compone esta canción.
Siete años antes de esa noche, cuando Lautaro tenía trece y Alexandra solo dos, se fue Roberto Bolaño. Esperaba un trasplante de hígado que nunca llegó, así que una madrugada simplemente se fue, como si se adentrara en ese pasillo de la calle Aurora en el que jugaba con su hijo:
“Un pasillo débilmente iluminado, que sin duda, conducía al infinito.”
SENSINI,DE ROBERTO BOLAÑO
RIMAS NEGRAS
Roberto Bolaño, vagabundo, extranjero, poeta. Un escritor para el cual escribir era un oficio poblado de canallas y de tontos que no se dan cuenta de lo efímera que será su obra a través del tiempo. Lo decía un hombre que escribió desde la adolescencia, y que comenzó por donde tienen origen y principio todas las cosas: la poesía. Y no es poco que el inicio de su oficio de escritor se diera a los 15 años cuando emigró de Chile a la Ciudad de México, coordenada que para él fue enclave de juventud, vida y escritura.
En la Ciudad de México Bolaño fundó el Infrarrealismo, movimiento poético de autores rebeldes y radicales. Un movimiento que buscaba alejarse de las instituciones, estableciendo que la belleza está en la vida misma sin restricciones, sin esquemas. Bajo la consigna “Volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”, los infrarrealistas asistían a actos literarios para boicotearlos, para provocar a esa mafia cuyo rostro comenzaba por Octavio Paz.
El Infrarrealismo (llamado “real visceralismo” o “realismo visceral” en su novela Los detectives salvajes) surgió dentro de una realidad que demandaba a gritos la poesía, pero no una poesía conformista, sino combativa: “Nuestro arte no es para esnobs, sino para desesperados”.
DÉJENLO TODO, PIÉRDANSE EN LAS CALLES DE BOLAÑO
LAS RAMAS SE DOBLAN
Roberto Bolaño no necesitó publicar ni ganar un premio para saber que tenía que escribir. A pesar de que ganó uno que otro concurso municipal en España, a donde emigró en 1977, y en donde se estableció finalmente, la falta de reconocimiento y, por tanto, de dinero, no lo detuvieron. “Cuando se vive pobremente, el dinero no tiene tanta importancia”, comenta en una entrevista su esposa, Carolina López.
El destino de Bolaño era la literatura. Y él lo sabía: un escritor marginal que logra publicar en una editorial importante hasta los 43 años y ganar hasta 1998 el Premio Herralde, y al año siguiente el Rómulo Gallegos por su novela Los detectives salvajes. Una novela que hoy es comparada con Rayuela, de Julio Cortázar, o con Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, dos obras mayores de la literatura latinoamericana.
Lo que sorprende es que Bolaño escriba la gran novela de la Ciudad de México siendo un extranjero, lo que nos lleva a la pregunta: ¿qué tan extranjero se sentía Bolaño en México? Quizá no mucho. En su novela reconstruye a la perfección, a través de múltiples registros de voces, el habla chilanga, y utiliza como locaciones las calles y lugares que transitó: Bucareli, el café La Habana, la colonia Guerrero, la Alameda, la Glorieta de Insurgentes, la colonia Condesa y azoteas de vecindad.
ROBERTO BOLAÑO, DETECTIVE (Y ARTISTA)
El tema de Los Detectives Salvajes lo define bien Juan Villoro: “Arturo Belano y Ulises Lima son investigadores de la vida, de la experiencia. Por eso conecta tan bien con los lectores que intentan entender la vida como una obra de arte. Las condiciones para que surja el arte es un coche Impala, una carretera en México, buscar a una sacerdotiza [Cesárea Tinajero], avanzar en el desierto…”
Y es el mismo Roberto Bolaño quien hace este viaje a través del libro, Arturo Belano siendo su alter ego, y Ulises Lima el del poeta Mario Santiago Papasquiaro, su mejor amigo y cofundador del Infrarrealismo. “Un tipo extrañísimo, parecía haber aterrizado de un ovni”, decía Bolaño, pero éste no alcanzó a leer la novela, ya que murió atropellado poco antes de que fuese publicada.
UN BUITRE SE ACERCA
Irónicamente, con la muerte vino el mito. Varios hechos se suman a esta construcción. El primero: la muerte prematura de un autor que apenas llegaba a la cima. Con la traducción al inglés de Los detectives salvajes, los críticos de Estados Unidos lo transformaron en marca de la literatura latinoamericana, lo mejor que había sucedido desde Cien años de soledad.
En 2007 The New York Times y The Washington Post colocaron a la novela entre las 10 mejores del año; en 2008 su novela póstuma 2666 recibió el National Book Critics Award. La “bolañomanía” había tomado el norte del continente y sobrepasado límites y fronteras (Los detectives salvajes fue traducido al chino mandarín), tal como lo hizo su autor, un escritor que se sentía latinoamericano, que decía que muchas pueden ser las patrias de un escritor, pero uno solo el pasaporte. Y esa era la calidad de la escritura.
HOJAS NEGRAS DE LAS MONTAÑAS
En 2017 se cumplen 14 años de la muerte de Roberto Bolaño. 14 años de que partiera de su casa en Blanes para internarse definitivamente en un hospital. A pesar de que repudiaba la unanimidad, los convencionalismos y los grupos reduccionistas, este escritor salvaje, que a principios de siglo era aún desconocido por muchos, hoy se ha convertido en oscura inspiración de poetas como Patti Smith.
“El escritor de alma nómada”, como lo llamaba Enrique Vila-Matas, avanzó por el desierto imponiendo su ley, creando una mística cercana a los escritores beat, en la que escribir “era un oficio peligroso” que invitaba a meter la cabeza en lo oscuro. Sin embargo, decía, son pocas las cosas que un hombre puede soportar, un poeta, en cambio, lo puede soportar todo.