Soy fotógrafa de Bélgica y resido en la Ciudad de México. Mi carrera comenzó justamente en este país. Bélgica suele tener la reputación de ser el país más aburrido del mundo, con un cielo gris del que puede caer lluvia a cada rato y una fealdad que destaca en el desorden de planificación urbana. En ese contexto, muchos fotógrafos buscan su inspiración en otros lados; se van a destinos más “exóticos” o investigan nuestro pasado colonial africano.
Ese no es el caso del fotógrafo Harry Gruyaert, con quien comparto la misma ciudad de nacimiento, Amberes, aunque yo crecí en el campo y no en la urbe misma. Compartimos también el amor por el uso del color, y aparte de las imágenes del fotógrafo francés Luc Delahaye —y sobre todo de su libro Winterreise, con fotografías de colores saturadas por el uso de la película Kodachrome— Harry fue una gran inspiración durante mis primeros pasos en fotografía de color.
Igual que yo, él tuvo la necesidad de salir de Bélgica, dado que no le ofrecía las oportunidades que él deseaba, además de que no pudo satisfacer su impaciencia de conocer el mundo. Decidió irse para crecer como persona. En mi caso, el destino me llevó a México, donde empecé de manera espontánea mi carrera. Nunca se me había ocurrido ser fotógrafa profesional, aunque las fotos amateur que mi padre me tomó durante mi niñez seguramente influyeron en mi decisión. El camino de Harry lo llevó primero a Londres y después a Nueva York, para finalmente instalarse en París y formar parte de la famosa agencia Magnum.
Esta distancia le ayudó para regresar después a Bélgica y ver el país de otra manera; le dio la capacidad de retratarlo. Su libro Made in Belgium es una de mis biblias; mi inspiración para la búsqueda identitaria de mi país y, finalmente, de mi propia identidad. Como Harry lo explica, la relación con Bélgica es de amor y odio al mismo tiempo; una relación complicada que en su caso surgió por su educación católica estricta; un país que nos resulta difícil definir. Al contrario de los vecinos holandeses, quienes tienen su identidad muy clara y lo muestran con orgullo, los belgas se ven como un país dividido que siempre ha sido el underdog.
No obstante, regresar significó un descubrimiento para Harry, casi de manera terapéutica; encontrar lo bonito en la fealdad y cultivar la banalidad por medio de un mundo en color; identificar lo especial en su propio folklore. Los colores vinieron de manera natural porque el blanco y negro no le funcionaba para mostrar esa realidad. Harry comenzó a utilizar el color en un tiempo —las décadas de los 70 y 80— en el que los profesionales utilizaban el blanco y negro como estándar.
Como el fotógrafo estadounidense William Eggleston, Harry Gruyaert fue uno de los vanguardistas en el uso del color en la fotografía, en un tiempo en el que éste sólo se utilizaba para usos comerciales. Eggleston y Gruyaert lo llevaron a un nivel de arte.
Por Annick Donkers / @AnnickDonkers / annickdonkers.com
Annick Donkers
Estudió fotografía en Visualestudios, en el Club Fotográfico de México y en Gimnasio de Arte y Cultura, entre otros. Ha participado en residencias artísticas en Argentina, y fue seleccionada en el Seminario de Fotografía Contemporánea 2008 del Centro de la Imagen. Sus fotografías han sido publicadas en una veintena de medios nacionales e internacionales. Visita su trabajo en annickdonkers.blogspot.mx