La joyería más icónica de Alexander McQueen en la historia de la moda

Alexander McQueen no era simplemente un diseñador de moda. Era un narrador, un provocador y un visionario que utilizaba cada elemento de sus desfiles para construir mundos completos, a menudo oscuros, siempre impactantes. En este universo teatral, la joyería no era un mero accesorio, sino una extensión intrínseca de su narrativa, una armadura emocional, y a veces, una declaración brutal. La relación simbiótica entre McQueen y el joyero Shaun Leane es fundamental para entender el papel transformador de la joyería en sus colecciones.

McQueen veía el cuerpo como un lienzo, y sus joyas no adornaban, sino que a menudo lo reconfiguraban, lo restringían o lo transformaban. Leane, su colaborador más constante y brillante en este ámbito, fue el artífice de estas piezas esculturales que desafiaban las convenciones. Juntos, empujaron los límites de lo que la joyería podía ser, desde delicadas piezas hasta imposiciones corporales de metal que se fundían con la vestimenta y la piel de las modelos.

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La joyería de Alexander McQueen, casi siempre en colaboración con Leane, no se limitaba a decorar; amplificaba el mensaje. Era dura, a veces dolorosa, pero siempre impecablemente ejecutada y profundamente simbólica. No eran solo adornos, sino esculturas corporales, extensiones de la psique de McQueen, que transformaban a las modelos en criaturas míticas o en guerreras de un futuro distópico. A través de estas audaces creaciones, McQueen elevó la joyería a la categoría de arte, convirtiéndola en un componente esencial de sus inolvidables espectáculos de pasarela que trascendieron la moda para convertirse en pura performance.

Las legendarias piezas de joyería en los desfiles de McQueen

Una de las colaboraciones más icónicas y reveladoras fue para la colección «Dante» (Otoño/Invierno 1996). En este desfile, McQueen presentó la «Corona de Espinas», una pieza de plata esterlina que, aunque delicada en su elaboración, transmitía una fuerza y un simbolismo religioso potentes. Era un adorno de cabeza que se sentía tanto como una reverencia como una tortura, encapsulando la dualidad que McQueen tanto exploraba.

Para «It’s a Jungle Out There» (Otoño/Invierno 1997), la joyería adoptó una cualidad más agresiva y protectora. Se vieron piezas que parecían arrancar la piel, como si brotaran del cuerpo. Destacan aquí los «Arm Vines» (enredaderas de brazo), que eran estructuras metálicas que envolvían los brazos como una armadura orgánica, uniendo la ferocidad de la naturaleza con una elegancia letal.

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La colección «Joan» (Otoño/Invierno 1998), inspirada en Juana de Arco, mostró piezas que evocaban cota de malla y elementos medievales. La joyería se volvió una extensión de la armadura, con estructuras metálicas que cubrían el rostro o el cuello, sugiriendo tanto protección como un yugo. Era una expresión de la fuerza y el martirio, temas recurrentes en la obra de McQueen.

En «VOSS» (Primavera/Verano 2001), uno de sus desfiles más conceptuales, la joyería continuó con la exploración de lo orgánico y lo macabro. Un ejemplo notable fue un collar que combinaba perlas de Tahití con garras de faisán lacadas. Esta pieza, que contrastaba la belleza lustrosa de las perlas con la crudeza de las garras, era una clara manifestación de su fascinación por la yuxtaposición de lo hermoso y lo grotesco, la vida y la muerte. También se vieron corsés de metal plateado, que se sentían como exoesqueletos, transformando la silueta y la percepción del cuerpo.

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Otro momento memorable fue el «Collar de Perlas y Gusanos» para la colección «Irere» (Primavera/Verano 2003), una pieza que incorporaba perlas de agua dulce y pequeños objetos que simulaban gusanos, creando una impactante declaración sobre la belleza que puede surgir de la descomposición y el ciclo de la vida.