Cuentos cortos españoles inspirados en la cultura popular
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Cuentos cortos españoles inspirados en la cultura popular

Te compartimos una selección de cuentos cortos españoles. La mayoría están basado o inspirados en su cultura popular. Lo cual es muy interesante, ya que a través de estas historia y este tipo de lectura podrás conocer un poco más sobre este increíble país y demás cosas asombrosas que tiene.

Algo muy particular de estos cuentos, es que nos encontraremos con personajes muy característicos de ciertas regiones del país. Lo cual nos dará una perspectiva de varios de los municipios que integran España, pues ninguno es igual a otro.

Son historias que se han transmitido de generación en generación por tradición oral. O leyendas y fábulas  que se contaban en todas la casas. Algunas tendrán una base real pero habrán cambiado mucho; mientras que otras salieron de la imaginación de campesinos, leñadores, gentes de los pueblos o habitantes de los castillos.

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Las tres naranjitas

Cuenta la leyenda que en un pueblo reinaba un rey muy presumido y materialista. Un día, el rey organizó un concurso entre los ciudadanos para que estos le mostraran sus mejores manjares. La noticia se extendió y un humilde niño se presentó con una bolsa llena con las naranjas que crecían en su casa.

El rey enfureció, pero el niño le explicó que estas eran mágicas: quien las probaba se volvía más bello e inteligente. 

Pasaron las semanas y el rey le encargaba más y más bolsas al pequeño, sintiéndose guapo y listo. Pero un día se olvidó de comer la fruta y se asustó, pensando que perdería su belleza. Al comprobar que todo seguía igual, le pidió al niño una explicación. Finalmente, este le contó que las naranjas siempre habían sido mágicas porque él había creído en ellas, y al creer en ellas también creyó en él mismo y, así, se dio la oportunidad de mejorar.

El lobo y la luna de queso

Érase una vez un lobo muy goloso al que se le terminaron las ideas ingeniosas para cazar a otros animales. Un día, este personaje hambriento estaba a punto de tragarse de un mordisco a una zorra que pasa cerca, pero esta lo engañó. Concretamente, ella le cuenta entonces que hay un lugar paradisíaco donde vive un señor con un pozo lleno de quesos. 

Al llegar juntos a la casa, y embaucado por el relato de la zorra, el lobo se mete dentro del pozo para tomar su quesito, pero no se trata de un queso real, sino del reflejo celestial de la Luna. Así es como la zorra se va, feliz y tranquilamente, a su casa a ver a sus zorritos. Y hay quien dice que el lobo aún sigue ahí. 

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El Califa, el pastor y la felicidad

El cuento El califa, el pastor y la felicidad forma parte del legado cuentístico de Andalucía, específicamente, de la región cordobesa, y relata la historia de un califa que salió a cazar y cuyo caballo, por mala fortuna, se desbocó. Caballo y jinete llegaron a un precipicio y, gracias a la ayuda de un pastor que pasaba por allí, no cayeron al borde del abismo.

Al ver este gesto, el califa juró por su barba dar al pastor todo lo que este le pidiera. Al día siguiente, el salvador se presentó a la corte y le hizo saber que le gustaría tener cincuenta cabras más para conseguir un rebaño de cien en total. El califa cumplió su deseo y también todos los otros deseos que este fue pidiendo. Al principio, se contentaba con poco, pero su ambición fue creciendo, escalón a escalón, hasta que un día le pidió ser califa. Al oír estas palabras, el califa se afeitó la barba y mandó a sus criados que le despojasen de todo, devolviéndole al lugar donde pertenecía. Y allí sigue, con sus cincuenta cabras.

La princesa de Jazmín

La princesa tenía un jazmín que vivía con su mismo aliento. Se lo había regalado la luna.

La princesa tenía ocho o nueve años pero nunca la habían dejado salir sola de palacio. Y tampoco la llevaban donde ella quería.

Un día dijo a su flor:

– Jazmín, yo quiero ir a jugar con la hija del carbonero sin que lo sepa nadie.

– Ve, niña, si así lo quieres. Yo te guardaré la voz mientras vuelves.

La niña salió dando saltos. El carbonero vivía al principio del bosque.

Pronto la Reina echó de menos a su hija y la llamó:

– Margarita, ¿dónde estás?

– Aquí, mamá -dijo el Jazmín imitando la voz de la princesa.

Pasó un rato y la Reina volvió a llamar:

– Margarita, ¿dónde estás?

– Aquí, mamá -contestó el Jazmín.

El principito, hermano de Margarita, llegó del jardín. Era mayor que su hermana y ya cuidaba de ella.

– Mamá ¿no está Margarita?

– Sí, hijo.

– ¿Dónde?

La Reina llamó a su hija y el jazmín contestó como siempre.

El príncipe se dirigió al lugar de donde venía la voz pero no vio a nadie.

La Reina repitió la llamada y el jazmín contestó. Pero pudieron comprobar que la niña no estaba, ni allí ni en ninguna parte.

Avisaron al Rey. Vinieron los cortesanos. Llegaron los guardias y los criados. Todo el palacio se puso en movimiento. Había que encontrar a la niña. La gente corría de un lado para otro en medio de la mayor confusión. La Reina lloraba. El Rey se mesaba los cabellos.


La Reina volvió a llamar esperanzada.

– Margarita, ¿dónde estás, hija?

– Aquí, mamá.

Se dieron cuenta de que la voz salía de la flor.

El Rey dijo que echaran el jazmín al fuego porque debía estar embrujado; pero la princesa llegó a tiempo para recogerlo.

Su hermano le dijo autoritario:

– ¡Entrega esa flor!

– ¡No la doy! Es mi jazmincito. Me lo regaló la luna. -Y lo apretó contra el pecho.

– Una flor que habla tiene que estar hechizada -dijo un palaciego.

– No la doy.

El Rey ordenó:

– Quitadle la flor a viva fuerza.

Y la niña, rápidamente, se la tragó. El jazmín, no se sabe cómo, se le aposentó en el corazón. Allí lo sentía la niña.

Todos lloraban porque decían que la princesa se había tragado un misterio. Y que vendrían muchos males a ella y al Reino. Pero no. Sólo que, a la Princesa Margarita, se le quedó para toda la vida la voz perfumada.

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Oveja negra

la oveja negra, precisamente escogida por el tigre para apoderarse del rebaño. Resulta que como por el colorido oscuro recibía los topones de sus compañeras y la propia madre parecía quererla menos que a las blancas, esta ovejita tonta vivía amargada y resentida. Por eso le quedó sonando lo que le dijo el tigre, deslizado un atardecer hasta el tunal o conjunto de tunos en donde nacía la «mana», de modo que el agua y la fresca sombra formaban un bebedero incomparable.

– Ovejita triste: para soportar golpes y desprecios, mejor estarías en los cerros, sin pastor que te trasquile y sin colegas blancas que te joroben la vida.

– Pero si yo me fugo de aquí, me vas a comer en cualquier matorral.

– Ovejita mal pensada -contestó el felino, haciéndose el disgustado-. Inténtalo y te convencerás de que nunca has tenido mejor amigo, te doy mi palabra. Además, para tu tranquilidad te informo que la carne de cordero se me indigesta: lo mismo debe pasar con la de oveja.

Entonces la ovejita negra pensó que aquella propuesta se la hacía, de la mejor buena fe, un poderoso señor, instalado en espléndida casa, a la entrada del páramo. Y ya sin la menor desconfianza, se escapó del corral de tablas y del potrero cercado con alambre de púas, y se perdió en los charrascales del cerro en donde, en verdad, no escaseaba el pasto.

Las primeras noches tuvo miedo de la soledad y del tigre, pero después de una semana comenzó a gozar de los privilegios de su nueva vida. Saltaba alegre debajo de los tunos, se echaba al sol en los gramales, se quedaba dormida junto a la quebrada, oyendo el rumor del agua, y se paraba a balar en lo más alto del cerro, como proclamándole al mundo su contento.

Una mañana se encontró con el tigre, que la saludó de esta manera:

– Buenos días, doña ovejita distinta. Y te digo así porque en poco tiempo de buena vida eres realmente otra. Antes impresionabas por lo flaca y desmirriada. Ahora luces gorda, imponente, hermosa. Además de que en el balido se te notan la salud y el buen genio.

– En realidad me siento distinta de lo que era -contestó la oveja.

Y eso, ¿a quién se lo debes?

– A ti, buen amigo.

– Es apenas justo que lo reconozcas -observó el tigre-. Y agregó:

– Valdría la pena que te vieran las otras ovejas: las que se quedaron en el fétido corral.

– Estoy seguro de que se morirían de envidia.

No se necesita mucha malicia para adivinar que esa misma tarde la oveja fue a visitar a sus antiguas compañeras, sin pasar, naturalmente, la cerca de púas.

– ¡Qué llena y fuerte estás! -le dijo la oveja que más la mortificaba con los topones.

– Es increíble tu cambio -le confesó la oveja madre-. Me parece que ahora eres la mejor de la familia.

– ¡Qué doncellota estás! -fue el piropo del carnero que nunca antes había puesto en ella los ojos.

– Que te ves muy bien ni lo dudo, observó la oveja de ojos claros que por el exceso de lana era llamada La Mechuda. Ahora, lo importante es saber a qué se debe tan ventajoso cambio.

– A la vida libre del cerro, a la hierba fresca y al agua limpia disfrutada a voluntad, explicó la oveja.

– Y ¿el tigre? -preguntaron con afán más de dos baladoras a la vez.

– Esos temores los han creado los chismes del pastor, para que no nos alejemos del potrero -respondió la aventurera-. Puedo jurar que el tigre es un buen amigo nuestro. Si les dijera que justamente es él quien me indica en dónde están los mejores pastos, ustedes no lo creerían.

– La conducta del tigre con nuestra hermana negra me parece bastante sospechosa. Yo no me movería de aquí -afirmó La Mechuda, cuyos reparos pusieron recelosas a muchas ovejas.

Habló así, entonces, La Motosa, la de los rulos en la lana, que por continuo mirar a las lejanías de los páramos tenía fama de clarividente:

– No niego que el tigre sea uno de los riesgos de la libertad: pero, ¿qué es preferible: la pradera abierta con tigre o el corral perpetuo?

Después de este concepto, la oveja negra no tuvo necesidad de aclarar que al tigre le hacía daño la carne de cordero, porque dejando a La Mechuda con su desconfianza, el resto del rebaño atropelló la cerca dé alambre y se perdió por los cerros en busca de pastos en flor.

No es difícil imaginar que las ovejitas estuvieron muy contentas durante los primeros días de hierba fresca y de libertad; pero no así cuando comenzaron a notar que ciertas madrugadas desaparecía una de ellas y cada vez el tigre se volvía más gordo y dormilón.

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Los tres claveles

Un labrador encuentra tres claveles en el campo que le parecen tan bonitos que los coge y se los lleva a su hija, a la que quiere mucho. A la hija del labrador le gustan mucho, pero un día que está cocinando uno de los claveles se le cae al fuego y se le quema. Del clavel quemado surge un apuesto joven, que la pregunta que hace, pero la muchacha no le responde, por lo que el joven le dice que a las piedras de todíto el mundo le tendrá que ir a buscar, y después desaparece. La muchacha entonces coge otro clavel y lo arroja al fuego, y en ese instante aparece otro joven más gallardo que el anterior, que le pregunta lo mismo, pero como la muchacha sigue sin responder, el joven le dice lo mismo que el anterior antes de desaparecer. María, que así se llama la muchacha, arroja al fuego el clavel que queda, y aparece un tercer joven, más guapa que los otros dos, que la hace la misma pregunta, pero como tampoco recibe respuesta, desparece, no sin antes decirle a María lo mismo que le dijeron los dos anteriores. María se queda muy triste, por lo que a los pocos días decide ir a buscar al joven a las piedras de todíto el mundo.

María camino y camino, hasta que llego a dónde había tres rocas muy altas. Agotada y desesperada ante la idea de no volver a ver al joven, la muchacha se sentó junto a las rocas y se echo a llorar. En ese momento se abrió una de las piedras y de ahí surgió el joven que María había visto al quemar el tercer clavel, que la pregunto por qué lloraba. Aunque María no le contesto de todo lo que lloraba, el joven la manda que suba a lo alto de un cerro, y que la casa que vea desde allí vaya a pedirle a la dueña trabajo como criada. María eso hace, y la dueña de la casa, al ver una moza tan bien parecida, la contrata. María no tarda mucho en ganarse el favor de su patrona gracias a lo trabajadora y diligente que, pero también se gana la envidia y antipatía de las otras criadas, que empezaron a conspirar para que María perdiera el favor de la patrona. Un día le dijeron a la patrona que María iba por ahí diciéndole a todos que ella sola podría lavar toda la ropa sucia de la casa en un día. La patrona llama a María y le pregunta si es eso cierto, y aunque ella responde que no, la patrona no le cree y le dice que, o lava toda la ropa sucia de la casa ella sola en un día, o la echa de la casa. Una vez que dejan a María junto al río con todos los montones de ropa sucia que hay que lavar, María se echa a llorar, momento en el que aparece el joven que apareció al quemarse el tercer clavel, que la pregunta por qué llora. María sigue sin poder responder, pero el joven la dice que no tiene de que preocuparse, pues para lavar la ropa solo tendrá que llamar a los pájaros de todíto el mundo para que la ayuden. María eso hace, y al caer la tarde, cuando van a recoger la ropa, ya está toda lavada.

Las criadas, al ver que su plan no ha funcionado, ya que no solo no han echado a María, sino que encima se ha ganado aún más al favor de la patrona, empezaron a maquinar otro plan para que a María la echaran de la casa. Como la patrona estaba medio ciega desde el día en que sus tres hijos salieron de caza y no volvieron, que de tanto llorar casi se queda sin vista, las criadas le dicen a la patrona que María va por ahí presumiendo de conocer un agua capaz de curar los ojos de la patrona. La patrona llama entonces a María y la pregunta si es cierto, y aunque María le dice que no, la patrona no la cree y le dice que o trae esa agua milagrosa para sus ojos, o no vuelve a poner un pie en la casa. María no tiene más remedio que irse, pero no sabe si quiera dónde podría estar un agua con semejantes propiedades. Andando termina llegando a dónde las tres piedras, y ahí se detiene y se echa a llorar. Entonces vuelve a aparecer el joven, preguntando a María por qué llora. Aunque ella sigue sin responder le entrega a María un vaso, la manda que vaya al río y que llame a todos los pájaros del mundo, para que lloren en el vaso. María así lo hace, y el último de los pájaros que derrama sus lágrimas en el vaso deja caer una pluma, que María recoge y con la que aplica las lágrimas de los pájaros en los ojos de la patrona, que se cura al instante.

Por curarle los ojos, la patrona le tiene cada más estima a María, y las criadas más tirria. Por eso un día le dicen a la patrona que María va por ahí presumiendo de ser capaz de desencantar a los tres hijos desaparecidos. La patrona llama a María y la pregunta si es cierto que ella va diciendo eso por ahí. Aunque María niega haberlo dicho, la patrona le dice que, si fue capaz de lavar toda la ropa sucia en un día y de curarla los ojos, tiene que ser capaz de desencantar a sus hijos. María no tiene ni idea de como romper el hechizo, por lo que se va a dónde están las tres piedras y se echa a llorar. En ese momento aparece el joven, quién la pregunta por qué llora. María sigue sin ser capaz de pronunciar palabra alguna delante de él, pero el joven le dice lo que tiene que hacer para liberar a los hijos de la patrona: deben de reunirse todas las muchachas del lugar, y desfilar todas ellas en procesión llevando una vela encendida cada una, y procurando que no se apague ninguna deben de dar tres vueltas alrededor de las tres piedras. Eso hicieron, pero mientras daban la tercera y última vuelta soplo una bocanada de viento y apago la vela que llevaba María. Entonces María habló, y las tres piedras se abrieron y de ellas surgieron los tres jóvenes que María había visto al quemar los tres claveles, que resultaron ser los hijos de la patrona, los cuales un mago había convertido en claveles, y que solo podrían ser libres del hechizo si hablaba junto a las tres piedras la persona que hubiera quemado las tres flores. El más joven, que era el que había estado ayudando a María todo el tiempo, la pregunto si se quería casar con él, y ella le respondió que sí. Y desde entonces las criadas dejaron a María en paz.

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Cinthia Flores

Fotógrafa y reportera.